Agallas
Por Antonio Caballero
Santos, así
sea a medias y con precauciones oratorias,
se ha atrevido a pronunciar
la palabra tabú de la legalización, que es algo que
no han hecho
ni los más
directos adversarios de los gobiernos norteamericanos.
Sábado 19 Noviembre 2011
Juan Manuel
Santos es el primer gobernante
en ejercicio, y hasta ahora el único, que se ha atrevido a plantear la legalización de las drogas prohibidas
por los gobiernos
de los Estados Unidos. No a proponerla: dice que, si lo hiciera, lo crucificarían. Pero por lo menos a
plantearla. Y lo ha hecho
repetidamente: en entrevistas
de prensa, en discursos en universidades.
Aunque no -como hubiera podido con mayor resonancia- ante la Asamblea
General de las Naciones Unidas en Nueva York, en septiembre pasado. Allí se limitó a insinuar confusamente que la creciente legalización -en la práctica: a través del consumo para uso médico-
en muchos estados de los Estados Unidos
(empezando por California),
y la descriminalización en varios
países de la Unión Europea (Portugal, Holanda), son medidas hipócritas que ponen todo
el peso de la guerra contra las
drogas en los hombros de los países productores, que se destruyen en ella. Ahora, con motivo de su visita
a Londres, el presidente ha
sido más directo, declarando a The
Observer y The Guardian que "si
el mundo piensa que la legalización es la solución, le daré la bienvenida. No estoy en contra".
Muchos han
sido -hemos sido: yo llevo
treinta años en eso- los proponentes
de la legalización como única y obvia receta
para que a los daños que
causan las drogas en el terreno de la salud pública no se sumen los estragos
que provoca la prohibición, de los cuales los más
graves vienen del poderío creciente de las mafias. Muchos hemos sido,
pero gente sin peso: académicos, médicos, economistas, periodistas. O gente con peso, pero sin agallas: expresidentes latinoamericanos, ex altos funcionarios
internacionales, que nunca se atrevieron a decir ni
mu contra la prohibición cuando tenían el poder para hacerlo,
pero en su retiro vienen a descubrir que es
perjudicial. Especialmente patético es el caso de Ernesto Samper, que dice ahora haberse dado cuenta ahora de que esa
guerra es contraproducente y solo sirve para justificar a quienes la manejan; pero cuando era presidente de Colombia (cargo al que
llegó gracias a que la prohibición era tan buen negocio que les permitía a los carteles mafiosos financiar campañas presidenciales a espaldas de los favorecidos) aseguraba muy serio
que su lucha
contra las drogas era fruto "de la convicción, y
no de la coacción" ejercida
sobre él por los norteamericanos.
Samper no temía que bombardearan Bogotá, como habían
hecho con Ciudad de Panamá unos pocos años
antes: pero le aterraba que le fueran a quitar la visa norteamericana.
Y entre
la gente con peso, pero sin
agallas, hay que citar también al presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Cuando era precandidato, consideraba dañina la prohibición de las drogas. Desde que es
presidente, ni
mu. (Como en tantas otras cosas: las
guerras del Medio Oriente, la reforma de la sanidad, el cierre de la cárcel de Guantánamo).
Santos, así
sea apenas a medias y con precauciones
oratorias, se ha atrevido a
poner en discusión el tema. Y el hecho es más sorprendente
por cuanto en todos los demás
asuntos es el más sumiso siervo
de los Estados Unidos de entre todos los gobernantes
del mundo: las bases militares, el conflicto entre Israel y los palestinos, el Tratado de Libre Comercio. Se ha atrevido, sin
embargo, a pronunciar la palabra
tabú de legalización, que es algo
que no han hecho ni los
más directos adversarios de los gobiernos norteamericanos: ni los ayatolas
de Irán, en donde el tráfico de drogas se castiga con la horca; ni los chinos, que prefieren el fusilamiento; ni el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que
expulsó a la DEA pero insiste en mantener la guerra contra el narcotráfico. Repito: Santos es el único gobernante en ejercicio que ha desafiado a los Estados Unidos (verbalmente al menos) en la guerra contra las drogas. Y en eso
tiene, además de agallas, peso específico. Porque en el único terreno en el que Colombia es una potencia
mundial no es el de la
moral, como se ha dicho desde hace
tantos años en contra de toda evidencia; sino el de la producción y tráfico de drogas prohibidas. No es que tenga en consecuencia
"autoridad moral" para
opinar al respecto, como afirma
el propio Santos. Tal vez tiene menos
autoridad moral que los demás, siendo,
como es,
una narcocracia. Pero tiene más experiencia
que nadie.
Para Santos, pues, un aplauso.
Y ojalá no se eche
atrás también en esto.