Chávez y las
bases norteamericanas
Juan
Fernando Jaramillo*
Al Presidente
Hugo Chávez se le tilda en Colombia frecuentemente de loco e impredecible.
Yo no quiero meterme en ese debate. Sin embargo,
creo que en el caso de las denominadas
bases norteamericanas en Colombia la respuesta del Presidente Chávez
era más que predecible. Por eso, me sorprenden las quejas del gobierno colombiano con respecto a la reacción de Chávez.
Aclaro de entrada que a mí no me agrada Chávez. Me molestan mucho su mesianismo autoritario,
su belicosidad y su ánimo intervencionista.
Además, como la inmensa mayoría de los colombianos, creo que él colabora
con la guerrilla colombiana, que
es corresponsable de la
horrible tragedia que hemos vivido en las últimas décadas.
Sin embargo, un país no escoge ni a sus vecinos
ni a los gobernantes de los
mismos. Y tampoco puede mudarse. Por eso, cuando
tiene dificultades importantes con un Estado limítrofe
tiene que decidir si las
va a manejar a través de la diplomacia, para tratar de reducirlas al mínimo posible, o si toma
otro tipo de medidas, a pesar de que puedan exacerbar
el conflicto.
Con el acuerdo
sobre las "bases norteamericanas" el gobierno
colombiano - que esperaba con ello afianzar sus relaciones
con los Estados Unidos - aceptó la radicalización del conflicto con Chávez. Como era de esperar,
éste reaccionó duramente.
Desde el principio de su gobierno, Chávez no ha perdido ninguna oportunidad para manifestar su animosidad para
con Washington: no ha ahorrado insultos
contra sus gobernantes, ha establecido relaciones con sus peores enemigos
– muchos de ellos reconocidos violadores de los derechos humanos – y ha intervenido de múltiples formas en los asuntos internos de distintos países de la región para exportar su
modelo político.
Por eso, no puede
ser tildado de pura
paranoia su temor a una intervención norteamericana en Venezuela, máxime
después del fallido golpe de estado de 2002. Desconocer esa posibilidad equivale a negar la larga historia de intervenciones militares de los Estados Unidos en los distintos países latinoamericanos.
Algunos dicen que
con Obama es improbable que
Estados Unidos intervenga militarmente en la región. Yo estoy
de acuerdo con eso. Pero no podemos olvidar que el mesianismo de Chávez lo impulsa a
gobernar indefinidamente a
Venezuela. Además, Obama no es
el primer presidente estadounidense
que ha intentado establecer una nueva forma de relación con Latinoamérica. También lo hicieron, por ejemplo,
Roosevelt y Carter. Ellos fueron
sucedidos por presidentes que no tuvieron ningún problema en enviar sus marines a los países de la región.
El gobierno
colombiano asegura que el acuerdo no contempla ninguna base norteamericana en Colombia y no modifica
en nada las relaciones de cooperación que ya existían entre Colombia y Estados Unidos. Igualmente, dice que Venezuela también ha suscrito varios convenios de cooperación con países de muy dudosa reputación
y que Estados Unidos no necesitaría las bases en Colombia para poder intervenir en Venezuela.
En realidad,
no interesa establecer si las afirmaciones
del gobierno colombiano son
veraces o exactas. Lo importante
es que, como
era fácilmente predecible,
el gobierno venezolano considera que el convenio sobre las bases constituye un peligro para su
soberanía y ha respondido
en ese sentido.
Lo cierto
es que hasta
ahora la insensatez de los
dos gobiernos ha llevado a que el intercambio comercial entre ambos países, tan
importante para Colombia,
se derrumbara. Esperemos solamente que todavía
exista alguna racionalidad que impida que, en contra de la voluntad de paz de los colombianos y venezolanos, se genere un conflicto bélico entre los dos países. Eso sí sería
un desastre total, que ninguno de los dos pueblos podría perdonar.
*Juan Fernando Jaramillo es profesor de la Universidad Nacional y miembro del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad –DeJuSticia– (www.dejusticia.org).