El momento de
la verdad
Opinión El presidente Ernesto
Samper es buen discípulo de Nixon y Bush, pero apenas principiante si se lo compara con Álvaro Uribe
Antonio
Caballero
Dan en Bogotá una película titulada
Frost/Nixon sobre las famosas entrevistas de televisión con el presentador inglés David Frost en las que el ex presidente Richard
Nixon confesó arrepentido
en 1977 que había dicho mentiras en 1974. Nada parecido ha vuelto
a suceder desde entonces. Nunca más ha vuelto a reconocer ningún político que no es verdad lo que
dice, o lo que anuncia, o
lo que cuenta, lo que promete que
hará o lo que asegura que hizo.
Ninguno ha hecho un acto público de contrición como el de Nixon, si se exceptúan, claro está, las
abyectas "autocríticas"
forzadas por la tortura o la amenaza, o compradas con la promesa de recompensas y beneficios judiciales. Como, digamos, en los
Procesos de Moscú de los tiempos de Stalin o en las "versiones libres" de la Ley colombiana de Justicia y Paz del alto comisionado
Luis Carlos Restrepo. A Nixon la confesión de sus culpas, lejos de servirle de algo, terminó de hundirlo ante su país y el mundo.
Cobró por ella 600 mil dólares,
pero eso lo desprestigia doblemente: por negociante, y por mal negociante.
La película
no es buena. Pero vale la pena por esa lección
de historia viva, calcada
al pie de la letra de la entrevista
original, por ese raro momento de la verdad en el que el político norteamericano que más fama
de mentiroso ha tenido reconoce que sí,
que lo era, y pide perdón por ello,
en una retahíla de autoflagelación como de alcohólico que quiere dejar el trago:
-Defraudé
a mis amigos -dice Nixon: I let down my friends-; defraudé a mi país, defraudé nuestro sistema de gobierno, defraudé los sueños de toda esa gente
joven que debería estar ocupándose
del gobierno pero va a pensar
que todo está demasiado corrompido. (...) Defraudé al pueblo norteamericano, y tengo que llevar
conmigo esa carga por el resto
de mi vida.
Tal vez
a esa "gente joven" que quería dedicarse
a la política el mal ejemplo
de Nixon les ensuciara los sueños.
Pienso: ¿qué edad tenía entonces
algún político primerizo como,
digamos, Álvaro Uribe Vélez? Veinticinco años.
Lo acababan de nombrar jefe de Bienes de las Empresas Públicas
de Medellín. Tal vez a esa gente
lo de Nixon les nubló los sueños,
pero les abrió los ojos. Richard Nixon, llamado
Tricky Dick, Ricardito el Tramposito,
se convirtió en el modelo a
imitar: todos querían ser como él fue, salvo en su melancólico final. Por eso le copian sus
aciertos, pero tienen buen cuidado
de no repetir sus errores. Su acierto, que fue uno
solo: llegar al poder con trampas. Sus errores,
que fueron tres: el primero, dejarse coger en la trampa; el segundo, soltar el poder; el tercero, reconocer su culpa.
Siguiendo esa lección
no renunció a la presidencia
Bill Clinton, pongamos por caso, amenazado como lo había
sido Nixon por el
impeachment, el juicio parlamentario
para la revocación de su mandato, por
motivos políticamente menos graves que el espionaje y las persecuciones judiciales de
Nixon: por el pecado privado de adulterio. Ni renunció George W. Bush, culpable de faltas aún mayores,
empezando por el fraude electoral que lo llevó a la Casa Blanca. Bush, más
astuto que el astuto Nixon, llevó a la práctica la doctrina que este
expone en teoría (ya desde la renuncia
y la derrota) en su entrevista con Frost:
-Cuando el Presidente hace algo ilegal,
eso quiere decir que no es
ilegal.
Podría dar múltiples
ejemplos del éxito que ha tenido
el magisterio moral de Richard Nixon entre los políticos de todo el mundo, de Francia a Zimbabwe, de Rusia a Camboya o a Madagascar. Pero tal
vez baste con lo que ha pasado en nuestro modesto entorno colombiano. El presidente
Ernesto Samper, por ejemplo,
no reconoció jamás su culpa en la financiación mafiosa de su campaña
presidencial, y tras anunciar "aquí estoy y aquí me quedo" se hizo precluir su juicio
por sus áulicos
en el Congreso. Buen
discípulo de Nixon, y de Bush, pero
apenas principiante si se lo compara con Álvaro Uribe. Samper
estuvo y se quedó sólo hasta el término
constitucional de su período. Uribe, más audaz, se
hace reelegir una y otra vez
ilegalmente para seguir estando y quedándose para siempre. Única garantía de que ni el Congreso,
ni los jueces, ni nadie, vaya
a juzgarlo nunca.
Cosa
que en su ingenuidad no supieron, digamos, los dictadores militares argentinos, hoy en la cárcel. Ni el propio
Augusto Pinochet de Chile, que también
acabó preso (así fuera, por
fingidas razones de salud, en arresto domiciliario). Ni el 'chinito'
peruano, Alberto Fujimori, que
ni siquiera se enteró de cómo había tenido que
dejar el poder, y al cabo de unos años
de vergonzoso exilio está hoy siendo
juzgado por los jueces del Perú con posibilidades de ser condenado a cadena perpetua.
Pero
no creo que a nuestro Álvaro Uribe lleguemos a verlo es esas
afugias de imprudencia. Además de las enseñanzas de Nixon tiene ese
ejemplo próximo de Fujimori
para ponerlo en guardia. Y la recomendación del refranero:
- El que
se va de Sevilla
pierde su silla.