Michael Phelps es la nueva víctima del doble discurso sobre el consumo de drogas en Estados Unidos
por Felipe Restrepo Pombo*
February 25
Hay algo único en la desgracia de los ídolos estadounidenses. Tal vez porque, en un país obsesionado con la fama, su caída es especialmente dramática. Los ejemplos sobran: Michael Jackson, Britney Spears y O.J. Simpson, por sólo mencionar los casos más tristes, pasaron de estar en la cima a vivir un humillante ocaso. A Michael Phelps, el multimedallista olímpico, le podría pasar lo mismo; le llegó la desgracia cuando aún estaban frescas en la memoria de todos las fotos que lo mostraban orgulloso, luciendo sus ocho medallas de oro en el pecho. Phelps sonreía entonces: estaba feliz de ser el nuevo héroe americano.
Pero esa sonrisa triunfante desapareció hace unas semanas, cuando el tabloide News of The World publicó una foto, un poco menos heroica, en la que el nadador aparecía fumando marihuana. Las imágenes fueron tomadas durante una fiesta estudiantil en noviembre pasado, cuando el atleta estaba en un receso después su gesta olímpica. La imagen de Phelps inhalando de una pipa de cristal comenzó a circular por todos lados y a muchos nos pareció graciosa: al fin y al cabo el nadador, de 23 años, no estaba haciendo nada espantoso. Estaba fumando marihuana: algo que ya escandaliza a muy pocos en el mundo.
Menos en Estados Unidos, parece.
Poco después de que la foto se hiciera pública, la Federación de Natación anunció que Phelps sería suspendido tres meses de cualquier competencia oficial. En seguida, Kellogg´s decidió suspender el patrocinio que le daba y retirar del comercio todos los empaques de cereales en los que aparecía su cara. Y, como si el castigo no fuera suficiente, las autoridades anunciaron una investigación policial que, al final, no llegó a ningún lado. El mismo Phelps se vio obligado a excusarse: “Me comporté de manera lamentable y demostré falta de juicio (...) actué de manera inapropiada e infantil, no de la forma que la gente hubiera esperado de mí”, dijo.
Entiendo que Phelps es un personaje público y que tiene una imagen que cuidar. Coincido también con quienes sostienen que un deportista de alto nivel no debería consumir drogas —dicen, además que lo hacía con mucha propiedad y que no era la primera vez que fumaba— y debería ser un ejemplo de buen comportamiento. Pero es excesivo que sea castigado de esa manera por algo que no es más grave que una borrachera. De hecho, él mismo ya había sido detenido conduciendo borracho —una falta muchísimo más grave, a mi modo de ver— y nadie dijo nada.
Más allá de estas consideraciones al margen, me parece que todo el asunto no es más que una patética prueba del doble discurso que hay en Estados Unidos sobre el consumo de drogas —y en general de la falsa moral: me recuerda al affaire del pezón de Janet Jackson hace unos años—. En el país más consumidor del planeta se sigue insistiendo en la prohibición y penalización del consumo y en la lucha armada contra el tráfico. Una política que ha demostrado ser, una y otra vez, absolutamente infructuosa. No citaré acá las cifras que lo prueban: sería llover sobre mojado.
Justamente hace poco un grupo de expertos en el tema, liderados por los ex presidentes César Gaviria de Colombia, Fernando Cardoso de Brasil y Ernesto Zedillo de México, se pronunciaron a favor de la legalización y despenalización. Los ex presidentes —que por su propia experiencia conocen las entrañas del problema— volvieron a decir que mientras las drogas sigan siendo ilegales y el narcotráfico sea tan buen negocio, nada cambiará. También propusieron una legalización controlada y advirtieron que se debería tratar como un problema de salud pública y no de seguridad.
Por supuesto en Estados Unidos la legalización no es una posibilidad. Y no porque la gente no lo quiera. Según una nota publicada en esta revista —que cita al Wall Street Journal como fuente— 76 por ciento de los estadounidenses están a favor de buscar nuevas opciones frente a la lucha contra el consumo de drogas. Pero el establecimiento y el gobierno estadounidense no parecen entenderlo. O sí, lo entienden perfectamente: pero al final no les conviene acabar con un negocio que les deja enormes ganancias.
Los gobiernos latinoamericanos tampoco parecen estar abiertos a ningún cambio. Apenas se publicó la propuesta de los ex presidentes, los gobiernos de los dos países más afectados de la región la rechazaron. El Secretario de Salud de México dijo que la legalización no es una solución viable y que el único resultado sería un aumento del número de adictos. El Presidente de Colombia también la refutó. Es más, nuestro siempre progresista presidente Uribe, anunció que insistirá en una ley que penalice la dosis personal. Es decir, regresar a la caverna.
El caso de Phelps es, por supuesto, una nimiedad frente al drama de las verdaderas víctimas: las miles de personas que mueren por culpa de una prohibición absurda. Pero no por eso deja de ser revelador y una prueba más de que en la lucha contra las drogas la estupidez y la ceguera siguen reinando.
*Felipe Restrepo es periodista y editor