El negro
gringo (o el gringo negro)
Opinión Así crea
que lo de Irak es una locura,
y no comparta la agresión preventiva, Obama tiene que probar que
cree en el excepcionalismo mesiánico de Estados Unidos
Antonio Caballero
Sé bien que
no se debe decir ni "gringo" ni "negro": son dos palabras
políticamente incorrectas.
La una revela antiamericanismo visceral, y la otra,
racismo. Pero la realidad es más
terca que la corrección política, y el hecho real es que
Barack Obama, próximo presidente
de los Estados Unidos, es un gringo, y es un negro. O, si se prefiere así, es un
negro, y es un gringo.
(Advertencia:
el orden de los factores
altera el producto).
No es
por ser negro que Obama va a llegar a la Presidencia (aunque un poco sí); ni a pesar
de ser negro (aunque otro poco también). Sino porque de los candidatos gringos es sin duda
el mejor. Eliminados sus rivales demócratas,
ya sólo le queda enfrente hasta el día de elecciones el republicano John
McCain (más dos o tres ínfimamente minoritarios: el infatigable y fatigoso Ralph
Nader, una mujer verde, un loco libertario).
Y McCain es un fantoche: un muñecote rígido que suena
a máquina oxidada y es peor cuando
se ríe, y cuyo principal mérito, según lo expuso por televisión
su candidata a la vicepresidencia, es que "sabe cómo se gana una
guerra porque estuvo en una". Sí: pasó toda
la guerra de Vietnam prisionero
de los que al final la ganaron.
Pero tampoco es sólo porque
McCain sea pésimo, ni porque lleve a cuestas las culpas de los pésimos gobiernos de su copartidario George W. Bush, que han hundido
la economía, el poderío, la
moral, el prestigio y la autoestima
de los Estados Unidos, que va a ganar
las elecciones el candidato demócrata Barack Obama.
Va a ganar
también por la promesa de esperanza de sus programas de gobierno, menos egoístas o menos miopes que los de su contendor republicano:
en lo interno, cobertura de
salud para todos y aumento de impuestos para los demasiado protegidos ricos; en lo externo, menos guerras perdidas
y una menos irresponsable política energética. Y, sobre todo, va
a ganar por sus propias virtudes
y sus propios talentos: la elocuencia, la sinceridad, la naturalidad, la preparación intelectual y la coherencia política. Y la capacidad de recaudar fondos: el dinero es el nervio de las elecciones democráticas.
Barack
Obama es asombroso. Hacía mucho que no se oía a un candidato presidencial
norteamericano hablar tan bien como él:
tal vez desde
Robert Kennedy. Hacía mucho que
ninguno se veía tan sincero: tal
vez desde Jimmy Carter. Que ninguno parecía
tan poco impostado, tan poco ficticio: tal vez desde Dwight Eisenhower. Que ninguno brillaba con tanta inteligencia:
tal vez desde
Adlai Stevenson. Que ninguno
guardaba tanta
consecuencia entre su carrera profesional y sus promesas electorales:
tal vez desde
Woodrow Wilson. Que ninguno
presentaba programas de gobierno tan bien estructurados: tal
vez desde Franklin
Roosevelt. Que ninguno tenía ese
don gratuito, arrollador, indefinible, que se llama carisma: tal vez
desde Ronald Reagan o desde
John Kennedy. Y en cuanto a lo
de recaudar contribuciones
de campaña, Obama parece una pirámide.
(Todo lo cual suena
impresionante, ahora que lo releo. Demasiado, tal vez).
Y además
-o pero, según se mire-,
Barack Obama es negro. Además: es un
negro que llega a ser candidato a la Presidencia de los
Estados Unidos por un partido de dimensión nacional: es el verbo hecho
carne del "sueño americano".
Y pero: es un candidato negro, y ya se lo echan en cara: negro igualado, negro terrorista, negro metido a blanco: que lo maten. Se llama Obama, que suena a Osama (como
Ben Laden). Y su middle name -pues
todos los gringos, y Obama es
gringo, tienen un nombre intermedio antes del apellido- es Hussein: Barack
Hussein Obama, como el dictador
iraquí Saddam Hussein al que
ahorcaron, más por ser iraquí que por ser dictador.
Y no es ni
siquiera un negro manso, un
"negro de la casa", como llamó memorablemente Harry
Belafonte a los secretarios de Estado Colin Powell y
Condoleezza Rice: sino un negro ladrador
(dentro de ciertos límites de prudencia y compostura). Vale la pena
leer su espléndido discurso sobre la raza en los Estados Unidos, dicho a mediados de su campaña. En resumen: tiene los más y los menos, las ventajas
y los lastres, de ser un
negro en una sociedad racista que está
dejando de serlo a pasos rapidísimos: pues hay que pensar
que cuando Obama nació era casi imposible para un negro norteamericano ser algo distinto de boxeador o trompetista. El hoy casi seguro presidente
tiene la edad de la histórica "Marcha de
Washington" de 1963 por los derechos
civiles de los negros.
Pero
-o además, según se mire- ,
Barack Obama es gringo. Político gringo. O sea, con las características de un político profesional, de un senador, de un presidente gringo:
hipócritamente religioso, militarmente patriotero, inevitablemente imperialista. Así su madre
haya sido agnóstica, Obama tiene que mostrar que
es cristiano practicante (de una de las miríadas de iglesias protestantes negras de los Estados Unidos: la Trinity United Church of Christ). Así su padre haya sido
africano, y su infancia haya pasado
en Indonesia, tiene que ponerse (y ya se lo puso) el alfiler de solapa con la bandera de las barras y las estrellas para hacer ostentación de patriotismo. Y así crea que la guerra
de Irak es una locura, y no comparta la "doctrina
Bush" de la agresión preventiva,
tiene que probar que cree
en el "excepcionalismo" mesiánico
de los Estados Unidos, llamados por la Providencia a intervenir en todo el mundo para
salvarlo. Los imperios
son imperialistas. Y Barack Obama es -está a punto
de ser- emperador del imperio actualmente imperante.
¿Mejor que McCain? Sin duda.
(Y tampoco es tan difícil). Pero el mundo no debe
hacerse demasiadas ilusiones sobre Barack Obama.
Es -está a punto
de ser- simplemente el nuevo
presidente de los Estados Unidos.