Lo que sé
de infeccionar
Corría el tiempo de la gloriosa Revolución de Octubre de 1944, de la que fuimos unos de sus autores que
sobrevivimos, y también del
final de la Segunda Guerra Mundial. El presidente Roosevelt, de EE. UU., era espléndido con Guatemala
por su política
de “buen vecino” e intereses defensivos en aquella guerra; por eso estaba
establecido un campamento militar norteamericano en los campos aledaños al parque zoológico y el aeropuerto La Aurora; tal vez con un batallón de soldados.
Santiago Villanueva Gudiel
Por
su donativo se estaba construyendo el hospital que lleva su
nombre en la capital. Se fundó el Intecap, del que una dama científica
norteamericana fue su primera directora;
en él se creó la Incaparina de trascendencia mundial para la alimentación, también se obsequió a la Dirección General
de Sanidad Pública un microscopio electrónico que nunca se supo
usar, instalado en el centro de uno de los locales del sótano del recién inaugurado Palacio de Sanidad Pública, en la 9a. avenida,
entre 14 y 15 calles del ahora
Centro Histórico; a la vez
en ese tiempo se abrió y construyó la carretera Interamericana denominada CIPA, con la participación norteamericana.
Fui, del año 1947 al 1951, testigo presencial y actuante del tema de enfermedades venéreas que tanto está
ocupando la atención pública guatemalteca, porque estuvo a nuestro cargo la jefatura de la Proveeduría que funcionaba en el sótano de la Dirección General de Sanidad Pública, bajo la dirección entonces del Dr. Luis
Fernando Galich López, y así vimos y fuimos,
con muchos salubristas más, trabajadores por el bien de Guatemala.
En cuanto
a las transmisiones venéreas: gonorrea, chancros y sífilis, estaban bajo control de Sanidad Pública y su hospital específico, en la esquina de la 10a. avenida
y 14 calle, zona 1, bajo la dirección del Dr. Juan M.
Funes y sus médicos que revisaban
a las ménades. Naturalmente los soldados norteamericanos derrochaban dólares en jovencitas ingenuas y prostitutas infectadas, y así propagaron las enfermedades venéreas con alta incidencia.
Pero ellos tenían su
propio hospital y médicos
en su campamento. Nunca se vio ni se podría mencionar un médico o científico norteamericano que en hospitales intencionalmente hubiese venido a inocularlas.
Los centros
de Salud o dispensarios solicitaban cantidades de inyecciones de Salvarsan para la cura de la sífilis y demás venéreas, y entonces surgieron las penicilinas
como panaceas que sustituyeron al Salvarsan, y el
DDT, que vino a limpiar al mundo de tantas enfermedades y plagas inséctiles, transmisibles como el paludismo o malaria, la tifoidea,
etc., que ahora con la
tuberculosis han vuelto a reaparecer con mayor intensidad; aunque se tenga al DDT entre los insecticidas “sucios” y prohibidos, y se pretende sustituirlo con humo inocuo, no con educación y técnicas efectivas de desinfestación sanitaria.
Finalmente les cuento que entre mis compañeros
empleados en la Proveeduría
hubo uno que por muchos
años fue mi amigo y me buscaba, se llamaba Diego Ventura,
que en la misma Sanidad Pública había sido cuerpo
y carne de experimento de mosquitos
y zancudos que se cazaban por el entomólogo de aquella dependencia pública para aplicárselos a él y lo picaran, y estudiar sus reacciones
y enfermedad. Esto también es cierto. Y no es como me lo contaron
lo cuento, sino porque lo vi y viví, lo cuento.