De política
y cosas peoresUna reflexión sobre los gays
Jamás me he avergonzado de mi heterosexualidad. Ni siquiera ahora que tan de moda está ser gay...
Jamás me he avergonzado de mi heterosexualidad. Ni siquiera ahora que tan de moda está ser gay me meto al clóset para ocultar mi condición de varón heterosexual. No por jactancia, sino por gratitud, declaro, firmo y sello que he disfrutado siempre, y gozo todavía -¡bendito sea el Señor!-, los infinitos goces que derivan de "esa suave pasta" que, decía don Juan Valera, es la mujer. También afirmo sin ningún reparo que si Dios, en su sabiduría omnisciente, me hubiera hecho ser homosexual, igualmente habría gozado mi homosexualidad, procurando siempre, como he procurado en mi condición de "straight", no hacerme daño ni causarlo a otros. Yo simpatizo mucho con los homosexuales. De hecho, algunos de mis mejores amigos son homosexuales. A veces alguien me reclama mi simpatía por los gays. El otro día un hombre joven se me acercó al final de una conferencia y me espetó: "Oiga: ¿por qué defiende usted tanto a los maricones?". Atiné a responder: "Para que ya no haya quien les llame 'maricones'". Quizá, lo reconozco, la actitud que guardo en relación con los homosexuales sea expresión de un remordimiento. Tendría yo 8 ó 9 años, y junto con un amiguito le grité en la calle: "¡Joto!" a Robertito Guajardo, el homosexual más conspicuo y notorio de Saltillo, mi ciudad. Él se volvió, enojado, y fue hacia nosotros. Corrimos llenos de susto, y Robertito hizo por perseguirnos. Lo detuvo una buena señora que desde la puerta de su casa había visto aquello. "Déjelos, Robertito -le pidió-. Son niños". Respondió él, ahora con voz doliente: "¿Por qué me gritan cosas, doña Fina? ¡Así me hizo Dios!". Tenía razón: así lo hizo Dios. Y sin embargo aun en nuestros días los hombres que dicen ser de Dios tratan como seres anormales a los gays, les niegan el derecho a vivir su homosexualidad, y califican su amor de abominación y de pecado contra el Espíritu. Apenas en abril pasado un jerarca español, Juan Antonio Reig Plá, obispo de Alcalá de Henares, dijo en su homilía del Viernes Santo hablando de los homosexuales: "Piensan desde niños que tienen atracción hacia personas de su mismo sexo... Os aseguro que encuentran el infierno". Por sus palabras, apartadas lo mismo de la caridad cristiana que de la legalidad, el dignatario está siendo objeto de una investigación judicial. Si hoy viviera Robertito Guajardo yo le pediría de todo corazón que me perdonara, pues aquel grito con que lo ofendí, pese a ser acción de niño, lo llevo todavía en mi conciencia como una culpa que me apena. Digo todo esto porque he aquí que Barack Obama, quien está en plena campaña para buscar su reelección, declaró a una importante cadena televisiva su apoyo a las uniones legales entre homosexuales. "Las parejas del mismo sexo deberían poder casarse", manifestó sin reticencias. Añadió que después de varios años de reflexión evolucionó en sus ideas sobre el caso, y llegó a la conclusión de que en ese tema "hay que ir hacia adelante". Arriesga mucho el presidente norteamericano al decir eso. Su actitud es valerosa, y merece reconocimiento. Con su postura Obama da nuevo impulso a la causa de los derechos civiles en su país, y ayuda a fortalecer la lucha contra la hostilidad y discriminación que sufren todavía las personas de preferencias sexuales diferentes... Sigue ahora un cuento poco recomendable... Babalucas se quebró una pierna, y estaba en su casa guardando reposo, cuidado por dos hermanas solteras que tenía, un poco pasadas ya de edad, pero todavía garridas y lozanas. Fue a visitarlo un amigo, y Babalucas le pidió: "Por favor ve a mi cuarto en el segundo piso, y tráeme mis pantuflas". Subió el amigo, y al pasar por la habitación de las hermanas vio a las dos apetecibles muchachonas. "Vengo -les dijo- porque Babalucas me pidió que les hiciera el amor". "¡Estás loco!" -exclamaron las dos simultáneamente. (Y no sólo simultáneamente: también al mismo tiempo). "¿No me creen? -dijo el salaz sujeto-. Miren". Asomó por la escalera y le gritó a Babalucas: "¿Las dos?". Respondió él: "¡No seas idiota! ¡Claro que las dos!". Se volvió el tipo hacia las dos hermanas: "¿Lo ven?". Cambiaron ellas entre sí una mirada gozosa, y luego procedieron a cerrar la puerta de la habitación. "Si así lo dispone nuestro hermano..." -le dijeron simultáneamente al individuo. (Y no sólo simultáneamente: también al mismo tiempo)...