Todos somos macacos
Carlos
Gutiérrez
30/04/14
En
un acto de sublime exquisitez,
sólo comparable a aquellos días en los que La Trevi enseñaba los chones mientras cantaba Doctor psiquiatra o El
Burro y Esteban "conducían" El Calabozo, el dueño de los
Clippers de Los Ángeles de la NBA, Donald Sterling, abrió la bocota para demostrar que lo suyo, lo suyo es la gandallez
a lo tarugo. Como si no supiera que vive en el país de los espías, donde el que no tranza no avanza, se le ha puesto flamenco a su "xikita" bebé por andar subiendo
fotos a Instagram con morenazos de fuego del estilo del Magic Johnson.
El
carcamán alega que no le agrada que se le relacione con gente de color (café), que su novia puede
chocar sus carritos y echar lámina con quien quiera, pero que
nomás no se deje ver en sociedad con desagradables compañías. El numerito ha levantado ámpula en la comunidad basquetbolera y hasta el moreno Obama ya se subió al ring para entrarle a la mazapaniza masiva al ente en cuestión por guarro
y mala leche. No cabe duda, cuando se abre la buchaca hay que asegurarse que esté conectada
la lengua al cerebro.
En
días en que la hipercorrección política es el trending topic de la vida moderna, a quién es su sano
juicio se le ocurre hacerse el creativo con tarugadas de ese tamaño. Pero como
la imbecilidad es contagiosa y no entiende razas ni nacionalidad,
al malandro que osó lanzar una
banana al pambolero brasileño
Dani Álves, en Villarreal, España, por tener
el mal gusto de ser oscuro de piel,
ya se lo cargó el payaso y me lo han suspendido de por vida para entrar
a un partido de fútbol, justo como al magnate angelino pero del deporte ráfaga.
La
nota que puso el jugador del Barcelona al levantar
el plátano y darle un buen mordisco, ha dado la vuelta al mundo y ha servido para que
figuras del deporte empuñen su dominico,
macho o Tabasco, poniendo en riesgo
el precio del fruto ante semejante demanda. No me imagino lo que pasaría en México si por cada vez
que en un partido de la Liga "Muy-X" a un afroamericano se le llama Chocorrol,
lanzándole el pastelito de marras. Sin duda las acciones de Marinela se irían a la alza y moriría de envidia el Negrito de Bimbo.
Y
peor aún, me pregunto a cuántos dueños de equipos y celebridades se les vendría la noche por decir
lo que piensan sin pensar lo que dicen.
A cuántos aficionados les tendrían
que negar el acceso a los estadios por su lenguaje
discriminatorio. Sin lugar
a dudas las tribunas serían la sucursal de algún desierto y ser dueño de equipo de pambol o el famosito de moda una actividad de alto riesgo.
Lo
que me tiene tranquilo de todo este asunto es
que nadie ha acudido a improperios ni insultos que
denuesten a ninguno de los zoquetes arriba mencionados. Nadie les ha colgado la etiqueta de imbéciles ni mucho menos. En especial porque la raza sabe perfectamente
que el riesgo de un
destructor de estatuas es convertirse en una de ellas.
Ante
tal escenario no queda más que
tomar precauciones, no nos vaya a pasar
como a Kent Brockman, el conductor del noticiero de Los Simpsons, quien
se colocó de a pechito al dar una nota donde
pone en evidencia a terceros,
sin darse cuenta que al hacerlo se ponía en evidencia a sí mismo. Seré
curioso: ¿de verdad interesa tanto el respeto al otro o es sólo la moda
de la corrección? ¡Mientras
lo averiguamos, tenga chango su mecate!