Imperio y nación
La clase política de EE.UU. manifiesta la divergencia entre el imperio mundial y la política nacional
03/01/2013
MANEL PÉREZ
La prima de la deuda española (el sobrecoste en tipo de interés que debe pagar respecto a la de Alemania) registró ayer una bajada espectacular, prácticamente de récord, 40 puntos en una sola jornada. El desencadenante de ese tranquilizador descenso no ha sido un nuevo dato positivo de la economía española; tampoco de la eurozona, de hecho ayer volvieron a conocerse malos registros sobre producción industrial que indican que el viaje europeo hacia la recesión es más veloz de lo inicialmente pensado; ni tan siquiera un anuncio tranquilizador del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi.
El bálsamo milagroso fue el acuerdo político entre el Congreso y el Senado de EE.UU. y el presidente Obama. Lo que da una idea de la importancia de ese país para el funcionamiento de la economía mundial. Los apóstoles del declive americano deberían introducir en sus análisis acontecimientos como estos antes de emitir análisis demasiado contundentes.
Formalmente, lo ocurrido estos días en Washington es bastante fácil de entender desde la óptica europea. Los alineamientos políticos son similares a los que se producen en el lado más oriental del Atlántico norte. El centroizquierda (liberales en el lenguaje político norteamericano), liderado por los demócratas de Obama, pone el acento en la subida de impuestos a los más ricos para poder mantener niveles aceptables de gasto social sin que el déficit quede aún más fuera de control. Los republicanos, por contra, se asimilan al centroderecha del viejo continente, claman contra las subidas fiscales y ponen el acento en los recortes del gasto público. Como se ve, no muy diferente de lo que en teoría (luego una vez en el Gobierno cuesta más distinguir las verdaderas diferencias entre unos y otros)marca el debate político en Europa.
Pese al dramatismo con el que se tiende a tomar el asunto, debe tenerse en cuenta que las subidas de impuestos que se han acordado en Washington son un juego inocente comparadas con lo que ha sucedido en los últimos tiempos en España, no digamos en Catalunya. Para las familias norteamericanas que ingresen más de 340.000 euros anuales (450.000 dólares) el tipo marginal de la renta pasará del 35% al 39,6%. Muy lejos del 56% que se paga en Barcelona cuando se superan los 300.000 euros. Pero el clima político en la primera economía del mundo es muy diferente y la oposición a las subidas de impuestos despiertan no solo el rechazo de los afectados; es la base de un amplio movimiento populista, el Tea Party.
La clase política estadounidense ya nos tiene acostumbrados a que sus disensiones acaben colocando la economía mundial al borde del abismo. Esta vez ha sido el precipicio fiscal, como antes fue el techo de deuda o, aún más atrás, en el ocaso de la presidencia de George W. Bush, el plan de rescate bancario. En todas estas ocasiones, el choque entre las fracciones de los dos grandes partidos desató una oleada de temor e inestabilidad en los mercados. Como ahora.
Es una manifestación de la discordancia o contradicción, como prefieran calificarlo, que ya hace mucho tiempo marca la vida política estadounidense, entre las necesidades de un coloso global que comanda la economía mundial y la dinámica del debate político interno en unos términos aparentemente ajenos o incluso contrarios a esas responsabilidades imperiales. El poderoso departamento del Tesoro, el equivalente del ministerio de finanzas, aliado con Wall Street, frente a un Congreso que escenifica un enfrentamiento con los denostados financieros. Imperio frente a nación.
Hasta ahora, no ha habido desastre. Tal vez sea todo un simple ejercicio de teatro o cinismo político. Una vez, Robert Rubin, secretario del Tesoro con Bill Clinton, resumió sus cuitas con senadores y congresistas aludiendo a ese comportamiento ambiguo: "intentan oponerse a nosotros sin detenernos".
El, por aquellos mismos años, portavoz republicano, Net Gingrich, fue aún más explícito: "los legisladores entienden lo que es necesario hacer pero no quieren votar por ello".