Hussein de Yanquilandia
Algunos de sus
rivales políticos -que aumentan y se endurecen- han recordado que Barack Obama
también se llama Hussein; solo por eso no debería haber tomado parte en la
polémica de la mezquita proyectada en la emblemática «zona cero» de Nueva York.
RUFO GAMAZO
RICO En ocasiones, resulta difícil
hacerse creíble como imparcial. Cierto que la declaración de Obama defendiendo
la libertad de las religiones para manifestarse donde quieran será un principio
universal que a todos atañe, pero es evidente que gran parte del mundo no lo
acepta ni practica; concretamente, las naciones islámicas. Es necesario tenerlo
claro: la tolerancia, para ser realidad, eficaz y justa, ha de ser recíproca; y
no es correcto el sistema basado en la tolerancia de los demás y en la propia
intolerancia; gozar de ilimitada libertad para extender nuestra religión e
impedir hasta con medios violentos la propagación y ejercicio de las demás; en
verdad, el resultado apetecido no se oculta: con el tiempo, todos mahometanos.
La argumentación es tan sencilla que hasta a los enemigos de Obama ha podido
ocurrírseles. En principio parecía conveniente la iniciativa del «Córdoba
House», símbolo -para algunos, discutible- de la convivencia pacífica de
culturas. Las suspicacias son inevitables cuando se piensa que se trataría de
un centro de irradiación islámica, levantado en la zona urbana donde 3.000
americanos 3.000 cayeron víctimas del terrorismo de los fundamentalistas.
Recordando el
clásico, hay que reconocer que no es el lugar apropiado para el proyecto. Por
otra parte, podría preguntarse la inflexible Sarah Palín: ¿quién garantiza que
el centro religioso-cultural será escuela de tolerancia? La Iglesia Católica
proclamó en el Concilio Vaticano II, la libertad religiosa, hecho trascendente
para el mundo entero, al que hasta ahora no ha respondido el islamismo.
No es pequeño el
alboroto que ha causado la imprudente declaración del presidente Obama;
escandaloso alboroto que le ha obligado a poner puntos a sus propias íes; pero
rectificar no parece tarea extraña a los políticos galácticos, como por aquí se
estila. Y como se demostrará, la rectificación era aconsejada por la misma
imperiosa circunstancia, el temor electoral. El creyente tiene claro el
antídoto, los novísimos, para no caer en tentaciones; el político se acuerda de
que mañana le esperan las urnas y, cual suele decirse, se tienta los machos
antes de tomar decisiones: le importa más que el qué dirán, el qué votarán.
Obama ha recapacitado con urgencia sobre su afirmación en la cena preparatoria
del Ramadán, y ha rectificado a modo, porque el tema podría costarle votos en
las próximas elecciones; son votos, todo hay que decirlo, de electores que
rechazan el apoyo presidencial a la construcción de la polémica mezquita; en
cierto modo, no dejaría de ser una suerte de test.
Se dice que la
presidencia de Barack Hussein Obama sigue perdiendo masa corporal. Aún no se ha
demostrado que su triunfo fulgurante fuera el de una lograda creación
mediático-político-financiera. Algo tendría el agua que recibió tan sinceras y
entusiastas bendiciones dentro y fuera de la nación más poderosa del Mundo.
Pero el fenómeno, pues llamativo fenómeno fue su aparición en la cúspide del
poder político mundial, ha perdido demasiada fuerza en poco tiempo. Tropezones
como el del tercio, innecesario e inoportuno, en la polémica del «Cordoba
House» son graves, pues levantan protestas en la América profunda, un tópico
que a veces sale por sus fueros; y lo que sin duda, es más sentido por el líder
demócrata, dan argumentos, valiosos y gratis, al rival republicano.