Choque de civilizaciones'
Por Raúl Sohr
19 de Septiembre
de 2010
En las
palabras de Goethe, el clásico
alemán, “El pecado escribe historias. La bondad es silenciosa”.
Todos saben que las agresiones
o amenazas reciben más atención que
los gestos solidarios.
La amenaza
de quema del Corán, por parte de un desconocido clérigo en Estados Unidos, mostró cuán tensas son las relaciones político-religiosas entre Occidente
y el Islam. Las fricciones ocurrieron
en una fecha emblemática: el 11 de septiembre,
nueve años después de los atentados mortíferos en Nueva York y Washington. Las acciones terroristas fueron perpetradas por un diminuto grupo que dijo
actuar por cuenta del Islam.
Osama bin Laden, a nombre de Al Qaeda, reclamó la autoría de los ataques proclamando: “He aquí Estados Unidos golpeado por Alá
en su punto más vulnerable, y destruidas,
gracias a Dios, sus obras más prestigiosas”.
Para muchos norteamericanos
quedó sellada la errónea imagen del mundo musulmán, que abarca a 1.300 millones de personas, como un enemigo. El guante fue recogido por
el Presidente George W. Bush que
proclamó: “Ahora que se nos ha declarado
la guerra, conduciremos el mundo a la victoria”. Poco después, tropas
estadounidenses ocuparon Afganistán
y en 2003 invadieron Irak.
Al Qaeda es
tan representativa del islamismo
como lo es del cristianismo el oscuro pastor
Terry Jones, que saltó a una efímera fama
con su amenaza de quemar varias ediciones
del Corán. Pero en un ambiente de suspicacia y animosidad bastan algunos desquiciados para provocar incidentes
mayores. No está de más recordar como
comenzó la Primera Guerra Mundial. Fue el asesinato del archiduque Francisco Ferdinand, en Sarajevo en junio de 1914, ejecutado por un nacionalista serbio, el que precipitó, en un efecto dominó, al viejo continente a una guerra de cuatro años.
En Estados
Unidos la islamofobia de ciertos sectores ha subido a cotas que obligaron al Presidente Barack Obama a señalar
que el país no está en guerra contra el Islam, sino que contra algunas organizaciones terroristas. Esto a propósito del debate sobre la construcción de un centro islámico a algunas
cuadras del lugar donde se erigían las destruidas Torres Gemelas. Hay quienes objetan la presencia de un centro de culto islámico en las proximidades del lugar del atentado. Pero los musulmanes norteamericanos, hay alrededor de cinco millones, cuyas raíces se remontan a los esclavos arrancados de Africa,
nada, pero absolutamente
nada tienen que ver con el 11-S-2001. Repudiar la
presencia islámica es castigar a creyentes
que con seguridad condenan los atentados perpetrados en su ciudad. El imán Feisal Abdul Rauf, que lidera la apertura
del centro islámico, advirtió que frustrar
el proyecto podría provocar respuestas violentas en países musulmanes. En sus palabras: “Los extremistas de
ambos bandos, los radicalizados
en Estados Unidos y en el mundo islámico, se alimentan unos a
otros. Y, hasta cierto punto, la atención que han
logrado de parte de la prensa
ha, incluso, agravado el problema”.
Los desencuentros
entre culturas son explotados
por interesados en ahondar el abismo entre religiones. El ayatolá Alí Khameini, el líder religioso supremo de Irán, acusó al gobierno de orquestar la quema del Corán. Descartó que se tratasen de grupos cristianos de extrema derecha pues eran marionetas
del gobierno. La misma convicción asiste a millares de creyentes que han salido
a las calles en Afganistán, donde murió un manifestante, en Pakistán y otros países islámicos.
En las
palabras de Goethe, el clásico
alemán, “El pecado escribe historias. La bondad es silenciosa”.
Todos saben que las agresiones
o amenazas reciben más atención que
los gestos solidarios. Pocos escucharon que la Liga Anti Difamación, una organización judía defensora de los derechos civiles, anunció la formación de una coalición interreligiosa para las mezquitas,
destinada a combatir los incidentes antimusulmanes en Estados Unidos. Por su parte, el cardenal Theodore McCarrick condenó los ataques contra los islamistas y advirtió que “la intolerancia será sentida por
otros como un mensaje de los norteamericanos”.
En el caso
de la no ejecutada quema
del Corán quizás fue un error del general David Petraeus, comandante de las tropas que luchan
en Afganistán, que advirtió que el hecho podría provocar
daño a sus fuerzas. Desde el momento que una
autoridad de tan alto nivel
alude al tema se puede dar por
descontado que la prensa lo cubrirá en forma profusa. En un mundo globalizado un incidente minúsculo adquiere dimensiones mundiales. Sean caricaturas sobre el Profeta publicadas en un diario danés, en 2006, o las intenciones de quemar un libro religioso pueden detonar una crisis. Es la prueba que la pólvora
está bien seca. //LND