EU: migrantes y derechos anulados
Según Douglas Massey, académico
de la Universidad de Princeton, los millones de migrantes indocumentados que viven en Estados
Unidos, sin respeto alguno por sus
derechos civiles, sociales o políticos, constituyen la población más grande en esas
condiciones desde el fin
formal de la esclavitud en el vecino
país, en1863.
La
comparación resulta
dolorosa, pero acertada para caracterizar el abuso y atropello de que son objeto cotidianamente los connacionales
en el país vecino y, en
general, los ciudadanos extranjeros
que residen ahí sin contar con los documentos migratorios correspondientes.
Ciertamente, la migración
es un fenómeno connatural a
las sociedades humanas y tan antiguo como la especie; pero en el siglo XXI ese fenómeno se ve impulsado por
la pobreza, la falta de empleo y la ausencia de horizontes de movilidad social en
países como el nuestro, circunstancias a las que se suma
la brutalidad policial, que no repara en garantías individuales ni en derechos humanos y que se consagra a criminalizar y perseguir individuos que son, en su inmensa mayoría, inocentes.
Así, la inaceptable
política de persecución que el gobierno estadunidense –autodenominado defensor mundial de los derechos humanos y la legalidad– puso en marcha hace más
de una década confirma su papel
como principal violador de las garantías individuales
dentro y fuera de su territorio y demuestra, al mismo tiempo, el empecinamiento en desconocer un fenómeno inherente a las sociedades humanas y que en la actualidad se ve acentuado por
una economía global promovida por Washington, generadora de grandes asimetrías económicas, que propulsa la movilidad de capitales y fuentes de empleo, y cuya consecuencia inevitable es el flujo de personas de un país a otro, en busca de las condiciones
mínimamente dignas que sus lugares
de origen les niegan.
A
estas alturas, resultan improcedentes los intentos de la administración de
Barack Obama por responsabilizar
de la lamentable situación de los migrantes
indocumentados a los legisladores
de su país, por no haber aprobado
una reforma migratoria que de cualquier forma resultaría, en
los términos propuestos por la Casa Blanca, un mero paliativo. Es significativo a este respecto que,
con la misma legislación migratoria que regía durante administraciones
anteriores, el gobierno de
Obama haya realizado más deportaciones que cualquiera de sus antecesores y que durante sus
mandatos se haya registrado el mayor número de familias separadas a consecuencia de esta práctica. Otro elemento a considerar es que, en el contexto
de las leyes actuales, el gobierno de
Washington podría conceder la residencia
permanente a unos 2 millones de inmigrantes sin que se requiera, para ello, de acción
alguna por parte del Congreso.
Finalmente, el supuesto compromiso de Obama contra la discriminación
y criminalización de los migrantes
se ve desacreditado con decisiones como la adoptada por su
gobierno ayer, en el sentido de frenar el litigio contra la racista ley SB1070 en Arizona.
Es
evidente que las presiones necesarias
para corregir la circunstancia que viven los migrantes en Estados Unidos, ante la falta de voluntad de Washington, deberán provenir en buena medida de la sociedad civil organizada en ese país y de los gobiernos extranjeros. En el caso de México, un punto de arranque obligado es el cese de los inaceptables atropellos que padecen a manos
de policías nacionales los migrantes centroamericanos que llegan a territorio
nacional. A fin de cuentas,
en lo que se refiere al trato humanitario, el respeto a las garantías
individuales y el reconocimiento
de los estados de la realidad
global contemporánea, lo mejor
es predicar con el ejemplo.