Kerry y el falso fin de la Doctrina Monroe

 

Ayer, en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA), el secretario de Estado John Kerry aseguró que la era de la Doctrina Monroe ha terminado y que ahora Washington busca compartir responsabilidades con los otros países del continente y tomar decisiones como compañeros en el marco de una relación de iguales.

 

Acto seguido, el funcionario desmintió lo anterior al fijar, en forma discrecional e inconsulta, un orden de prioridades para la región: promover la democracia (entendida a la manera estadunidense), mejorar la educación y adoptar nuevas medidas de protección ambiental. Asimismo, Kerry mencionó la consigna de  incrementar la cooperación en seguridad y –particularmente preocupante para México, por las presiones que eso augura en la dirección de la privatización de la industria petroleradesarrollar el mercado energético.

 

Si no bastara con esa pretensión de dictar la agenda a naciones soberanas, el jefe de la diplomacia estadunidense dejó ver hasta qué punto permanece vigente el tradicional intervencionismo de su país en asuntos de otros estadosintervencionismo sintetizado y representado en la propia Doctrina Monroe– y se lanzó a criticar a los gobiernos de Cuba y Venezuela por temas internos sobre los que Washington no tiene ningún derecho a opinar.

 

Con todo lo que tuvo de incoherente y hasta de grotesca, la alocución de Kerry refleja cierto reconocimiento implícito de la pérdida de influencia de Estados Unidos en el resto de América.

 

La reducción del peso de la superpotencia en la región no se debe a una decisión del gobierno de Washington, sino a los proyectos políticos de recuperación de la soberanía y de integración latinoamericana que tienen lugar en diversas naciones de Sudamérica desde la década antepasada: Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia y Uruguay. Tales proyectos, singulares y distintos, coinciden en la necesidad de fijar los rumbos económicos, políticos y sociales de los países correspondientes al margen de los dictados estadunidenses, sean directos o por medio de los organismos financieros internacionales; convergen, asimismo, en la construcción de foros y entidades regionales sin presencia de Washington –Mercosur, Alba y Celac– y en la necesaria diversificación de las relaciones comerciales y tecnológicas con Estados que en otras zonas del planeta hacen contrapeso geopolítico a Estados Unidos, como Rusia, China e Irán.

 

Con estos elementos en mente es claro que, si el viejo enunciado colonialista redactado por John Quincy Adams y enunciado por primera vez por el presidente  James Monroe –América para los americanos (en referencia a los estadunidenses)– ha perdido vigencia, ello no significa que el poder político de Washington haya renunciado a sus sempiternos afanes injerencistas sobre América Latina. El propio Kerry, en su discurso de ayer en la OEA, hizo evidente que el pensamiento de la clase política estadunidense hacia sus vecinos de continente no ha cambiado un ápice.