Obama: derrota y fracaso
Sometido a fuerte presión por parte de los legisladores republicanos y de una fracción creciente
de los demócratas, el presidente
de Estados Unidos, Barack
Obama, anunció ayer modificaciones en la aplicación
de su reforma al sistema de salud de ese país –conocida
popularmente como Obamacare–, que consisten en permitir que los asegurados que así lo deseen
mantengan sus planes médicos durante 2014, en lugar de cambiarlos por pólizas que
cumplan con los requisitos legales aprobados por el Congreso estadunidense en 2010. Dicha concesión constituye un revés a la columna vertebral del
plan de sanidad de Obama, diseñado
para que todos los habitantes de Estados Unidos cuenten con una cobertura mínima en materia de atención médica.
Aunque el propio mandatario afirmó que estas modificaciones
son de carácter temporal y que
está dispuesto a recuperar su plan de salud, el episodio equivale al derrumbe de la
principal y casi única victoria política obtenida por su
administración: además del rechazo que suscitó
la referida reforma entre
los legisladores de la oposición
y de un sector de su propio
partido, el titular del Ejecutivo
estadunidense enfrenta una creciente desconfianza
de la ciudadanía por las dificultades en la operación de la mencionada modificación legal.
De
esa forma, Obama se enfila
al último trienio de su mandato sin contar con el único factor de cambio impulsado por su administración,
cuya defensa representó un prolongado desgaste político para su gobierno
–como quedó demostrado con el reciente paro de actividades gubernamentales en Estados Unidos, como consecuencia
de la negativa de la oposición
a avalar el paquete fiscal
2013-2014 a menos que se retrocediera en la aplicación del
Obamacare–, e implicó la realización de numerosas concesiones a la oposición: en efecto, en sus casi cinco años,
la presidencia de Obama ha moderado
todos los aspectos avanzados de su agenda de transformación social; ha continuado
el belicismo y la inmoralidad
diplomática de Washington en el mundo;
ha evitado regular el sistema
financiero y fiscal estadunidenses,
y ha renunciado incluso a
los aspectos de su agenda que generaban mayor consenso, como el cierre de Guantánamo.
El
anuncio efectuado ayer por Obama coloca al mandatario en una virtual muerte política: desprovisto de sustancia social en su administración, y exhibido como un mandatario incapaz de hacer contrapeso a los poderes formales e informales que se oponen a la transformación política y social
de Estados Unidos, el mandatario no parece tener la fuerza ni la voluntad suficientes para impulsar en los siguientes tres años otras
de sus propuestas originales –como una reforma migratoria
integral– y su función parece reducida a desempeñar un papel meramente gerencial y de gestoría de los intereses que mueven los hilos del poder real de su país.
Un
ejemplo de esa gestión de intereses corporativos es la negociación del Acuerdo de Asociación Transpacífico que Estados Unidos
lleva a cabo junto con una docena
de gobiernos en un contexto
de total opacidad.
Para
los ámbitos liberales y progresistas que llevaron a Obama a la Casa Blanca en 2008, y para los ciudadanos de todo el mundo que
cifraron esperanzas de cambio en el actual mandatario,
el fracaso de la actual administración
estadunidense es desesperanzadora, en la medida en
que coloca a ese país sin rumbo
de solución para los vicios, las miserias
y las distorsiones que padece en lo económico, lo político, lo diplomático y lo social.