Israel, Irán y la doble moral de Washington

 

Ante el pleno de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ayer el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, dijo que Irán estará en condiciones de producir un arma atómica a mediados del próximo año y llamó a la comunidad internacional a dar un ultimátum a Teherán.

 

Las palabras del premier israelí, quien desde hace meses ha amagado con un ataque unilateral de su país a la república islámica, se suman a las formuladas por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, quien el pasado miércoles dijo en el mismo foro que su país hará todo lo necesario para evitar que Irán se dote de un arma nuclear y que el tiempo para una solución diplomática no es ilimitado. Significativamente, ese mismo día, el gobierno iraní ofreció a la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) detener el enriquecimiento de uranio a 20 por ciento si Occidente levanta las sanciones impuestas en contra de su país, colocado en un virtual aislamiento político y económico.

 

La hostilidad en el discurso del primer ministro israelí, así como su sordera ante lo que debe interpretarse como un gesto de distensión de Irán, ponen en perspectiva, de nueva cuenta, que el principal factor de preocupación para la precaria paz mundial hoy día no es el gobierno de Teherán, sino el de Tel Aviv: al final de cuentas, y más allá de las posibilidades reales de que el país islámico construya bombas atómicas, la saga de agresiones que ha sufrido ese paísintervenido por Estados Unidos durante las primeras siete décadas del siglo pasado, atacado posteriormente por Irak con anuencia estadunidense y hoy hostilizado por Washington y sus aliados–, contrasta con el amplio historial de responsabilidades por crímenes de guerra, atropellos y violaciones a los derechos humanosparticularmente contra el pueblo palestinoque arrastra Israel, y que lo colocan ante la comunidad internacional como una potencia agresora y como un país violador consuetudinario de la legalidad.

 

En tal contexto, es improcedente la afirmación de Netanyahu de que los miembros de la comunidad internacional, que en su día se negaron a ponerle a Irán líneas rojas, no tienen ahora la fuerza moral de ponérselas a Israel, cuando ha sido precisamente esa falta de límites lo que ha permitido a Tel Aviv llevar a cabo toda suerte de atropellos en el mundo sin temor a represalias, eludir sistemáticamente las inspecciones de la AIEA –pese a que posee, hasta donde se sabe, el único arsenal nuclear de Medio Oriente– y erigirse, en suma, en una amenaza mucho más real que el programa nuclear iraní.

 

No menos inaceptable es que el presidente estadunidense haya aprovechado su discurso ante el pleno de la ONU para formular nuevas condenas contra el desarrollo de energía atómica en Irán y que no haya formulado, en cambio, un rechazo explícito a los recurrentes amagos belicistas de Israel en contra de Irán. Tal actitud atiza el espíritu belicista de los halcones israelíes y estadunidenses, y pone de manifiesto, de nueva cuenta, la doble moral característica de la política exterior de Washington.