Jobs
León Bendesky
Steve Jobs representa una cara de la economía asociada directamente con la actividad productiva, sustentada en un proceso muy activo y acelerado
de innovación. La compañía Apple, que
fue su creación
y cuyo símbolo se reconoce de modo inmediato, es una
referencia global de la era de las
computadoras personales, de
la telefonía y las comunicaciones hechas en la palma de una mano,
de la manera en que se obtiene y escucha la música. Con Pixar, también desarrolló el cine de la animación computarizada.
Hace
70 años, Schumpeter señalaba
que el capitalismo entraña una forma de cambio económico que por su
naturaleza no puede ser estacionaria. Este carácter no se debe, según él, sólo
al hecho de que la vida económica procede en un ambiente social y
natural cambiante, incluida
la rápida expansión demográfica, que modifica siempre y deprisa los datos
que impulsan su evolución. El empuje fundamental, afirmó, que mantiene el motor capitalista viene de los consumidores, de los bienes que
se producen, los nuevos mercados y las nuevas formas
de la organización industrial.
Pues Jobs se convirtió en el exponente contemporáneo de esta dinámica basada
en lo que el mismo
Schumpeter denominó el "proceso
de destrucción creativa".
Esto es la superación de las formas convencionales
de hacer y cómo hacer, para generar
nuevas fuentes de valor y
de riqueza.
Apple lo consiguió
sin duda. Creó, literalmente, nuevas
necesidades y la manera de satisfacerlas, provocando con ello una serie
de nuevos negocios, oportunidades de inversión, especialidades de trabajo y posibilidad de empleos. Sobre todo una especie
de gusto para quienes usan sus productos
y la identificación entre ellos.
Un proceso
como este de desenvolvimiento con base en los productos para el consumo directo ha sucedido en varias ocasiones, como fue el caso, por
ejemplo, de los automóviles, los productos como radios y televisiones, o los enseres para el hogar, y luego, en general, los vinculados con la microelectrónica. Hace apenas 25 años
las computadoras personales no existían.
Hoy muchos no sabrían cómo usar una
máquina de escribir con su cinta de tinta
bicolor o usar un teléfono
de disco.
Ahora que se cuestiona
de manera tan abierta un segmento de la actividad financiera, especialmente el de los grandes bancos
y la forma en que se provoca
y gestiona el proceso de endeudamiento que abarca desde las
familias hasta los Estados, no es un desperdicio volver a centrar la atención en el significado básico de la producción y el trabajo.
Jobs apuntaló una parte
de la economía en que pudo conjuntar los avances científicos
y tecnológicos disponibles para idear nuevos
y atractivos productos y
extender su mercado. En términos
de las famosos personajes de Disney, fue un empresario del tipo McPato, mucho más sofisticado y con una veta muy característica
de innovador, más que un inventor a la manera de Ciro Peraloca.
Es bastante notoria la despedida que ha tenido Jobs entre sus colaboradores más cercanos, sus
competidores, en la prensa
de todo el mundo y hasta de sus clientes. No es usual ver esta reacción
en el mundo marcado por las mercancías,
donde todo se transa en el mercado. Mucho menos en uno
centrado en el dinero y la especulación desbocada, lo que se ha llamado la financiarización de la economía, como es el caso
de la historia más reciente del capitalismo, ilustrado a las claras por su
operación en la última década.
El caso es que
la producción y el crédito
van de la mano. Cuando la actividad financiera
se convierte en una forma autónoma de hacer transacciones, se vuelve especulación y tiende a desbordarse. Hoy, están divorciadas y no hay forma de reconciliación
a la vista.
Este
es el sentido más elemental y, al mismo tiempo, más duro
de la crisis. No hay señal alguna que
vincule de nueva cuenta la producción y la creación de ingresos sobre la base del empleo para generar riqueza.
Si ese proceso no garantiza que exista
mayor equidad social, la disociación
actual sólo puede acentuar la inequidad. Ya se dieron cuenta
quienes protestan en Wall
Street, y que por cierto usan los
productos de Apple para mantener su comunicación
a lo largo del mundo.
La destrucción
de valor y la grieta en la generación
de riqueza humana y
material que se está provocando en el seno de los mercados financieros
es enfermiza, y constituye un acto criminal ante
el que la política y el mismo poder de los Estados han
quedado rendidos.
No se necesita
estar a la altura corporativa de Jobs, cuya empresa llegó recientemente
a tener un valor incluso
mayor al de la gigante petrolera
Exxon. La producción se hace
en diversas escalas y así se reproduce la generación de
ingresos y la capacidad de consumo. Ahí tiene que anclarse el financiamiento.
Pero
la escala de los micro, pequeños y medianos negocios está muy
desatendida. Los grandes bancos, sobre todo,
abandonan la concesión de crédito como esencia
de su negocio, para convertirse preferentemente en operadores de transacciones por cuyas comisiones cobran demasiado caro y obtienen grandes beneficios. Los especuladores, entretanto, se indigestan con el festín.