Obama, el ocaso del héroe?
Jorge Camil
Durante su
campaña para obtener la candidatura de los demócratas a la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama fue irónicamente criticado por una
de sus principales cualidades: la oratoria; la facilidad de palabra del senador por Illinois se convirtió en uno de sus puntos débiles.
Se dijo que detrás de la distinguida figura del candidato,
de las bellas palabras, las frases
elegantes y la voz impostada, no había sustancia. Se le acusó de ser un altoparlante que repetía con tono de estadista, y con voz modulada y convincente, lo que todos querían
escuchar; lo que el país y el mundo necesitaban: alejarse de la pesadilla de George W. Bush, de su
obsesión por las armas de destrucción
masiva, y de sus guerras petroleras para intentar una
nueva retórica de paz y seguridad. Era imprescindible mitigar
los efectos de la peor
crisis económica mundial.
Obama prometió terminar la guerra de Irak. Y aunque lo hizo más de un
año después de la toma de posesión, cumplió su promesa.
Pero antes de abandonar Irak, y fiel a su creencia de que el verdadero peligro para Estados
Unidos residía en Afganistán, en las escarpadas montañas de Tora Bora (la cueva de Osama Bin
Laden), se enfrascó de lleno
en otro conflicto armado iniciado por Bush. Afganistán se convertiría entonces en la guerra de Barack Obama: ¡el flamante
aunque inverosímil premio Nobel de la Paz!
En medio
de la peor recesión mundial desde 1929, y agobiado por la caída del mercado residencial, y la cascada de quiebras de bancos e instituciones financieras, Obama declaró la guerra a Wall Street,
el mercado donde se desató el fraude monumental de las hipotecas subprime; las "hipotecas basura" otorgadas a la ligera y destinadas a caer irremediablemente en cartera vencida tras haber sido
vendidas al mayoreo en todos los mercados bursátiles.
Obama se lanzó
contra los banqueros y regresó
a los discursos heroicos, que cayeron en oídos sordos, porque
los banqueros, que fueron rescatados con enormes sumas de los contribuyentes, regresaron poco tiempo después
a la viciada práctica de repartirse bonos multimillonarios. Así comenzó a desdorarse la figura del primer presidente afroestadunidense, cuya oratoria fue incapaz
de convencer a la codiciosa
British Petroleum de que reparara
de inmediato el daño ecológico causado en el golfo de México.
Sin embargo, mientras Obama luchaba a un tiempo contra la crisis económica, contra la banca y los generales que se resistían a abandonar Irak, la derecha recalcitrante había iniciado desde el primer día de su mandato
una guerra a muerte para impedir
su relección. Bill
O’Reilly, Dick Morris –asesor de Felipe Calderón–,
Karl Rove –principal estratega de Bush– y Sarah
Palin, ahora convertida en comentarista política (los oráculos de Fox News), decidieron
que Obama sería presidente un solo periodo. Los resultados
de esa guerra se verán el próximo 2 de noviembre, cuando se celebren las elecciones
legislativas. (Todos los pronósticos apuntan que los candidatos demócratas serán derrotados.)
Dicen que quien
mucho abarca poco aprieta, y en el caso de Obama el
presidente decidió a un tiempo terminar la crisis económica (aún no sucede), pelear contra los señores de Wall Street (que van ganando la partida), derrotar al talibán (tarea en la cual han fracasado las
principales potencias), castigar a British Petroleum y lograr
la aprobación de una ley de salud que
le arrebató la popularidad
y se quedó a mitad del camino. Todo eso ha hecho que el hombre que parecía invencible el día de su elección
esté ahora sufriendo para ganar los próximos comicios legislativos. Necesita la victoria para cumplir
su programa de gobierno y tener credibilidad en 2011 para lanzar su relección.
Es verdad
que la derecha ha contribuido a socavar la popularidad de Obama de muchas maneras, pero nadie
como quienes
comienzan a insinuar sotto
voce que Estados Unidos no estaba preparado para un líder afroestadunidense. Algunos más comienzan
a repetir un trillado argumento que le hizo considerable daño en la campaña: la tesis de que su exitosa
experiencia como líder comunitario en los barrios pobres de Chicago no lo preparó para asumir la presidencia de Estados Unidos. Ese
argumento es especialmente convincente ahora, cuando la supremacía estadunidense está cuestionada por el surgimiento de China y de las potencias asiáticas.
Todas las predicciones aseguran que el crecimiento económico sostenido en los próximos 10 años se dará en Asia.
“Yes we can” (sí se puede), fue
el estribillo que Obama repetía insistentemente en todos sus discursos,
y el que eventualmente
lo llevó a la Casa Blanca: ¡sí
se pudo! Pero como hacer campaña
y gobernar son dos cosas totalmente diferentes, el hombre que gobierna hoy
un país dividido, agobiado por problemas
económicos, con una nueva guerra tan impopular como la de Irak y con toda la derecha en contra, lucha por conservar la base del electorado demócrata. No quiere ser presidente de un solo periodo. Un Jimmy Carter que se convierta en estadista internacional tras su fracaso
en la Casa Blanca. Es demasiado
joven para retirarse a la vida privada.