Con el mundo boca abajo, crisis económica, sin crecimiento, y unas acrimoniosas elecciones legislativas que probablemente servirán para darnos
la puntilla, todos, sin excepción, esperamos ansiosos la llegada del año nuevo.
Y aquí no se trata de tonterías como
“año nuevo, vida nueva”, ni
de buenos propósitos (como empezar la dieta o dejar de fumar). Aquí es
un tema de purificación. Esperamos que al dar las
doce campanadas, al comer las uvas, al enfundarnos
unos ridículos calzoncillos rojos y sacar a pasear la traqueteada maleta de la abuela; al cumplir los alocados rituales que parecen crecer
con cada temporada, estaremos dejando atrás a George W. Bush (el chupacabras
que destruyó la económica mundial), y a Dick
Cheney (el Príncipe de las Tinieblas,
que contribuyó a destruir la seguridad del planeta con una “guerra contra el terrorismo” que le permitió apoderarse de las reservas petroleras de Irak). Tenemos prisa por distanciarnos
de Irak, Afganistán, Siria, Irán, el derrumbe de Wall Street, la crisis económica,
el desplome de las bolsas y de los principales bancos del mundo,
y la quiebra de la industria
automotriz. ¿Habrá
consecuencias? ¡Por supuesto! Pero la caída de Bush, y el derrocamiento
del “imperio del mal” presidido por Cheney, valen la pena. Se
van los causantes de la crisis, pero
quedan los estragos.
Finalmente, cuando la pesadilla estaba a punto de terminar, apareció como
último regalo de despedida para el año que vivió
el derrumbe del capitalismo
salvaje la increíble historia de Bernard Madoff. El darling
de los inversionistas millonarios
de Hollywood y Florida, denunciado por sus propios
hijos por un fraude de 50 mil millones de dólares. Sí, leyó bien. Es casi la misma cantidad
que destinó el gobierno estadunidense para rescatar la economía, y el doble de lo que pide la industria
automotriz de ese
país.
Aquí en México, donde la crisis económica y el desempleo comienzan a golpear con fuerza, nadie se chupa el dedo. Sabemos que las
fiestas serán solamente una distracción temporal, un paliativo. Entendemos que
continuarán las ejecuciones y los retos
al Presidente. Aunque
Rubén Aguilar, ex vocero y traductor
de Vicente Fox, (“lo que Chente
quiso decir”) ya ofreció una
solución: ¡negociar con el crimen organizado! Con eso, vaticinó el ex vocero, “los narcotraficantes no
se verían obligados a contar con altos niveles de armamentismo, y se reduciría
la violencia”.
Es posible que Aguilar no esté del todo equivocado, y que su comentario
sólo confirme la percepción de que hemos iniciado una renuente aceptación
del narcotráfico como una más de nuestras
inexorables realidades (como la transición interminable,
la “mordida”, la inseguridad,
la ausencia de democracia y
el deprimente gobierno de
la partidocracia). ¿Presenciamos acaso la “humanización del narco”?
Tal vez. Especialmente
cuando intelectuales como Lorenzo Meyer, y periodistas como Ciro Gómez Levya,
analizaron el tema en días pasados. Gómez
Leyva recordándonos, con un
toque de caridad cristiana muy propio de estas
fechas, que muchas de las víctimas
de la “guerra contra el crimen
organizado” son ellos mismos, y que los caídos “son también mexicanos”. ¡Ni quién lo dude!
Y Meyer, publicando
en víspera de las fiestas sus conclusiones sobre la larga entrevista de Julio Scherer con Sandra Ávila (Es la hora de contar), en la que Scherer, con el tacto que lo caracteriza, fue sacando aspectos
humanos muy personales de la atractiva Reina
del Pacífico: una mujer que siempre
me ha parecido de tragedia griega, esperando la llegada de un nuevo Sófocles para que
explique cómo ha logrado sobrevivir las rencarnaciones de esposa, mujer y novia que le ha deparado el karma de la “sociedad
narca” (como llama
Lorenzo Meyer a ese mundo que se ha ido incrustando
imperceptiblemente en el que
hasta hace poco pensábamos que era “nuestro mundo”). Con la inteligencia y seguridad que la caracteriza, Sandra reconoció frente a Scherer que la llamada guerra contra el crimen organizado tiene dos vertientes: la guerra a muerte con los cárteles de la droga y
la guerra contra la corrupción.
Así que ganar la primera
es solamente ganar “media guerra”. La segunda, es más
difícil; es una guerra contra nosotros mismos, contra nuestra forma de ser y nuestro propio karma. Es la guerra contra
un sistema político que se alimenta de codicia. Contra eso nadie
puede.
Y mientras estábamos en plena “humanización del narco”,
disfrutando las posadas y preparándonos para el Año Nuevo, nosotros también tuvimos un triste “fin de fiesta”
que nos devolvió
a la realidad: la brutal decapitación
de ocho soldados en Chilpancingo. Y confirmando la
gradual incrustación del narco
en el que considerábamos “nuestro mundo”, el lunes pasado detuvieron
en Jalisco, entre un grupo de hombres armados, a Laura Zúñiga, Nuestra Belleza Sinaloa 2008, coronada recientemente en Bolivia
como Reina Hispanoamericana
(¿otra “Reina del Pacífico”?).
Así que, como dice Rosario Castellanos en su inefable memorial de Tlatelolco:
no hubo “ni un minuto de silencio en el banquete / (pues prosiguió el banquete)”.