De modo reiterado, el presidente de Estados Unidos con mayor descrédito en su propio país, y con algunos puntos cercanos al retraso mental,
George W. Bush, ha persistido en mantener
el acoso contra el pueblo cubano
bajo el ridículo pretexto de abogar por las libertades
en esa nación, que ha soportado los embates terroristas
financiados y apoyados desde las altas
esferas del gobierno estadunidense durante casi medio siglo.
La oligarquía de ese país se dice muy preocupada por las condiciones
de vida estrechas en que los cubanos
han debido salvaguardar su integridad y soberanía durante tanto tiempo,
pero de manera simultánea ha hecho todo lo posible por destruir los
muchos (pocos, dirán algunos) avances en materia de educación, salud, bienestar y dignidad de los cubanos, aspectos
que constituyen los indicadores de desarrollo por los que la hipocresía
estadunidense asegura cometer las atrocidades
que perpetra.
No está por demás recordar
que por mucho tiempo las sucesivas
administraciones estadunidenses
se han enfrascado
en una criminal actividad terrorista para minar la moral del pueblo cubano,
con el supuesto objetivo de
“liberarlo”.
Así, para “liberar”
a los cubanos, ese gobierno
no dudó en emplear todo tipo de acciones
para aplastar la Revolución desde que se gestaba. La naturaleza de las justificaciones imperiales para ejercer el terrorismo de Estado iba desde la lucha
contra el comunismo hasta
el respeto a los derechos humanos, y ahora dizque la libertad económica.
Con esa serie de patrañas, el gobierno de Estados Unidos entrenó, armó y envió mercenarios
contra la isla para herir, matar, mutilar,
secuestrar; bombardeó escuelas, fábricas, cooperativas. Junto con los apátridas cubanos
exiliados que atacaban su patria, en esas incursiones se enrolaban sus asesores
estadunidenses, alguno de los cuales acostumbraba
rebanar las orejas de los adolescentes
campesinos de la isla, milicianos muertos mientras defendían sus cooperativas, escuelas y granjas de pollos. Tal mutilación
post mortem, además de constituir
una práctica denigrante propia de la mentalidad colonial (“trofeos” de
guerra y pruebas contundentes), tenía el objetivo de sembrar el terror y aplicar medidas ejemplares y correctivas entre el campesinado isleño, para demostrarles
quién era el amo.
Muchos años antes de que se popularizara el concepto de armas de destrucción masiva, aplicado de manera hipócrita a los enemigos del imperio
(el caso de Hussein es la mejor ilustración de ello), fueron los
gobernantes estadunidenses quienes las empleaban
contra la isla. De laboratorios
militares estadunidenses en
el Canal de Panamá salieron
cultivos biológicos para contaminar las granjas porcinas,
a fin de destruir el stock alimenticio de Cuba y reducir por hambre al pueblo. De lo que se trataba, entonces, era de castigar a los cubanos por
apoyar la Revolución. En un contexto más
general, ¿qué mejor prueba del uso de armas de destrucción masiva utilizadas por Estados Unidos
que el bloqueo imperial económico contra Cuba?
Ya hemos comprobado
que cualquier medida adoptada por las autoridades
en la isla es desacreditada en lo inmediato por el fundamentalista usurpador que llegó
a la Casa Blanca mediante chapuzas
mundialmente conocidas. Cual moderno Calígula,
ya institucionalizó la tortura como
método oficial de lidiar con aquellos a quienes califica de enemigos. Es difícil entender cómo un sicópata erigido en luminaria pueda constituirse en referente para emprender las luchas por
la libertad, entendida por la reacción como libertad “política y económica”, para que, por
ejemplo, la gente pueda morir de hambre en un modelo dominado por los
corporativos privados depredadores. Bush es una vergüenza hasta
para el propio pueblo estadunidense.
En ese
sentido, Bush se rodea de los sectores más
primitivos del exilio contrarrevolucionario para seguir agrediendo cualquier señal de apertura desde la isla. El reciente anuncio cubano sobre la difusión de telefonía celular en la isla ya desea
manipularlo la administración
imperial para afirmar que utilizaría ese medio
de comunicación para atacar al gobierno cubano.
Tal advertencia la emitió el Nerón estadunidense rodeado de los herederos de la oligarquía exiliada, que desde hace
medio siglo rumian su venganza
y retorno para exigir la restitución de sus bienes malhabidos
que expropió la Revolución.
Para nuestra tranquilidad, hemos de leer tales
señales de la Casa Blanca como
síntomas de la descomposición
que invade a esa administración, fracasada en lo político y en lo económico, pero que será
recordada como una de las pesadillas
globalizadas de las que los pueblos del mundo desean emerger,
tomando como ejemplo el caso cubano, aun con sus diversas insuficiencias,
que palidecen ante los logros sociales
y la dignidad que siempre es recomendable
emular.
Por ello, aunque
las condiciones impuestas por los
poderosos grupos de poder económico estadunidenses trataran de reducir la capacidad de maniobra del próximo presidente de ese país, lo cierto es que con los
planteamientos del casi candidato demócrata Barack Obama
la situación puede dar un giro para
consolidar una relación estable entre ambos países. La reconstrucción de la relación de Estados Unidos con América Latina es una necesidad para
nosotros y para los propios estadunidenses,
ésta pasa forzosamente por la reconstrucción de la relación con
Cuba. Ya John McCain, en un intento de desacreditar a Barack
Obama, lo acusa de ser inexperto
en asuntos internacionales,
lo cual está por verse, pero lo cierto es que
los republicanos, y en
especial Bush, son expertos en llevar
a sus pueblos a guerras perdidas.