Espionaje, Obama y libertad de prensa
Editorial
La
CIA y la Administración Obama deberían,
antes de rastrear a los periodistas
y coartar su libertad de prensa, limpiar su propio
departamento, que no pasa por un buen
momento.
Ninguno de los pasos seguidos por la Administración Obama deja de sorprendernos. Sus constantes ataques al derecho a la vida o la forma en
la que oculta y manipula verbalmente el ataque terrorista del que fue objeto
el Consulado General de Estados
Unidos en Bengasi (Libia), que causó la muerte
su embajador, es buen ejemplo
de ello. Ahora las escuchas e intervenciones de las llamadas de periodistas nos recuerdan modelos
de actuación del socialismo
más rancio, e incluso, a episodios vividos en España.
El caso es que el Gobierno
de Estados Unidos obtuvo los historiales de llamadas desde las oficinas de la agencia Associated Press, en lo que
es una clara
interferencia de la Administración
Obama con la libertad de prensa.
Ha tenido, además, acceso al historial de llamadas durante los meses de abril y mayo de 2012 de hasta 20 líneas telefónicas en tres de sus oficinas, entre ellas las de Nueva York y
Washington, donde trabajan más de cien personas.
Es
verdad que la intención era averiguar quién reveló a la agencia de noticias datos sobre una
operación de la CIA en Yemen, y por
tanto, en principio, se trataba
de un asunto de seguridad nacional. Pero también lo es que
la CIA y la Administración Obama deberían,
antes de rastrear a los periodistas
y coartar su libertad de prensa, limpiar su propio
departamento, que no pasa por un buen
momento. Su último batacazo –el atentado de Boston– donde fueron incapaces
de prever la que se venía encima, a pesar de haber sido advertidos en más de una ocasión
por los servicios secretos rusos, ha dejado a la agencia y a los servicios de seguridad y contraespionaje malheridos.
Y
la solución no puede ser la
de atacar al periodista y
al medio de comunicación, ya que eso
significa atacar a la libertad y, por ello, hemos de ratificar el comunicado de la agencia donde sostiene
que el Gobierno no tiene ningún derecho
a conocer “fuentes confidenciales involucradas en todas las actividades
de AP… dar a conocer el protocolo de funcionamiento de la
agencia, así como información sobre actividades y operaciones”. El departamento de
Hacienda, persiguiendo a los miembros
del Tea Party, es otra muestra de que en democracia, también se puede vivir bajo
presión de los poderes del
Estado.