Tierra de nadie
Reflexiones, por Enrique Lynch. Qué significa la foto de Obama, Clinton y colaboradores
contemplando en vivo el asesinato
programado de Bin Laden? “Hacer
ver” una interdicción flagrante: tú no puedes ver
esto, aplicada a los que casi
nunca salimos en la foto; y como prenda
de su vigencia no sancionada por ley, el autorretrato de la interdicción...
Reflexiones, por Enrique Lynch
Qué significa la foto de Obama, Clinton y colaboradores
contemplando en vivo el asesinato
programado de Bin Laden? “Hacer
ver” una interdicción flagrante: tú no puedes ver
esto, aplicada a los que casi
nunca salimos en la foto; y como prenda
de su vigencia no sancionada por ley, el autorretrato de la interdicción: míranos viendo lo que no puedes ver delante
de tus propias narices, el auto sacramental de un mandato
indiscutible: puedes mirar cómo miramos;
pero no pasarás de allí. Como gesto, no puede ser más desconsiderado.
Pero sería demasiado
frívolo invocar los modales. Lo relevante en esta imagen es que
establece una demarcación, la instancia de una cesura en lo que acontece, una
muralla infranqueable que nos separa
de la Ciudad Prohibida.
Hacía mucho tiempo que no veía una
afirmación tan clara de la más pura potestas
como poder de exclusión, que dirían Foucault y su epígono Agamben, obscena exposición del privilegio de quienes detentan el poder, que es tanto
más excepcional en cuanto que, en nuestras sociedades democráticas, lo hacen no por derecho natural sino ¡por representación!
La instantánea
revela el auténtico rostro del poder: la facultad de establecer una barrera entre
lo que se ve y lo que se da a ver, entre lo que acontece
y lo que, si es preciso, se puede hacer desaparecer,
como hizo Stalin con Trotski en aquella célebre foto del mitin de Lenin, sólo que entonces se trataba de borrar una imagen y aquí
se la escamotea. Y no es
casual que sean los medios los
dilectos colaboradores en esta tarea ontológica;
lo hacen todo el tiempo: ¿adónde han ido a parar
los “rebeldes” de Bengasi que, de golpe, apenas aparecen
en primera plana? Están desaparecidos, como los cuerpos
que los militares
argentinos arrojaban al Río de la Plata para ocultar las pruebas
de su genocidio o como estará para
siempre desaparecido el cuerpo de Bin Laden: donde no hay
cadáver no ha habido crimen.
En la foto
de Obama y su círculo se retrata no sólo el poder que permite
o impide ver por medio de la administración de la mirada colectiva sino el que establece lo que puede ser y lo que no.
Retrato o revelación que nos llega
-cómo si no- en forma de imagen sin espectáculo, pero si no hay espectáculo no ha sido una ejecución sino
un vulgar asesinato. La ausencia
de un escenario revela además la diferencia ontológica que nos separa de quienes
detentan el poder, que este no existe
sólo como fuerza -poner siempre
el acento en la injusticia
y en la prepotencia del poder
forma parte de la conciencia
infantil y resentida de la izquierda que, no obstante, se tragó el estalinismo sin rechistar- sino como diferencia,
cosa palmariamente clara en la realeza que, de acuerdo con Kantorowicz, se caracteriza por no poseer un cuerpo ordinario sino corpus mysticum.
El monarca
y su estirpe no son iguales a sus súbditos,
no tienen la misma experiencia del mundo, lo que justifica los
enormes privilegios de que los déspotas
han gozado desde tiempos inmemoriales.
La misma desigualdad esencial que, como
resabio de una concesión de obediencia muy antigua, a veces los determina
en forma de recato en sus obligaciones soberanas y que el impresentable Silvio
Berlusconi infringe con sus francachelas
en Villa Certosa. Esa condición diferente del poderoso parecía haber sido borrada
para siempre desde que los
jacobinos le cortaron la cabeza al desdichado Luis XVI y, desde luego, era inimaginable en la presentación
del poder en una democracia ejemplar como es la república
norteamericana, pero se reconoce intacta en esta foto. Pensábamos
que, como mucho, algún presidente francés podía permitirse
una construcción faraónica en París o que una gobernante
cruel como Thatcher ordenara
hundir el crucero General Belgrano como innecesario
escarmiento, pero nada más.
Sin embargo la diferencia está casi intacta: un acto decisivo como
es la ejecución sumaria de un enemigo sanguinario de millones de
personas es sustraído a la ciudadanía para ser enseguida expuesto de forma subsidiaria con una instantánea de los ojos atónitos de sus ejecutores y responsables. Suprema ocultación de un crimen que se hace a través
de la literalidad fotográfica
y en la sociedad más transparente.
El antiamericanismo
y las teorías conspirativas se distraen denunciando una manipulación, cuando lo peor de la ejecución sumaria de Bin Laden no es que pueda haber
sido fraguada por la propaganda sino que haya sido
realizada fuera de la ley.
Algo muy grave está ocurriendo a la vista de todos. Se está construyendo un mundo sin reglas, en el que la ONU autoriza intervenciones
neocolonialistas como la de
Libia, se toleran asesinatos (“el procedimiento escogido no ha sido el más correcto, pero
sin duda el mundo está más seguro
sin Bin Laden”, le he oído declarar
a Vargas Llosa), se legitima
el uso de la tortura y se emula la acción directa del terrorismo, la guerra en nombre del mantenimiento de la paz mientras se mantiene un campo de concentración como Guantánamo en pleno siglo XXI.
No es
nuestro mundo sino el de Harry el Sucio, una tierra de nadie.