De Miami a Cartagena
10/Abril/2012 | 00:53
Joaquín Hernández
Alvarado
Más que juntas de directorio para toma de
decisiones en el corto y en
el mediano plazo, las Cumbres Presidenciales de las Américas son reuniones de alto, altísimo nivel, en donde dirigentes y expertos conocen y sopesan las tendencias mundiales y regionales, toman
nota de las mismas y se preparan
para impulsarlas o para bloquearlas.
La primera Cumbre por ejemplo, la de 1994 en Miami, fue
un notable ejercicio de pensamiento
estratégico y de prospectiva.
El escenario internacional maniqueo de la guerra fría acababa de llegar a su final y una nueva etapa se abría, aparentemente, para los países de todo el planeta y por supuesto
de las Américas. Democracia,
libre mercado, globalización
eran las consignas del momento, las claves indispensables para responder,
como se decía un poco soberbiamente, a los desafíos de
la época. Todo el mundo parecía estar
de acuerdo en que por democracia solo podía entenderse la democracia formal. La posibilidad de que un gobierno, legalizado su triunfo en las urnas, se deslegitimase por la destrucción de los equilibrios clásicos de poder y por instaurar,
sin mediaciones, la relación
directa entre el líder y
las masas, era definitivamente impensable para el optimismo
explosivo, - que ahora nos resulta un poco incómodo-, de la época, que creía haber encontrado de una buena vez
la ruta para el progreso y
las libertades. La figura de Bill Clinton aparecía ideal para sintonizar con este nuevo ritmo de los tiempos.
La sexta Cumbre, la de Cartagena que
está por inaugurarse el próximo fin de semana, tiene menos
optimismo y más preocupaciones. Pocos consensos y mayores disensos. Menos expectativas y más realismo. Ciertamente, -los tiempos cambian y los gustos también-, asistirá a la Cumbre como invitada especial,
Sofía Vergara, cuyo programa Modern Family no se pierde el presidente Obama, como aseveraba María Isabel Rueda
en su entrevista al embajador
estadounidense McKinley.
Pero el tema de mayor controversia
y el más anotado a nivel de analistas internacionales es el del fracaso de la guerra contra las drogas. Este tema implica cuestiones complejas como la quiebra de las instituciones de justicia, la pérdida de la seguridad y de la confianza ciudadana, la corrupción.
El problema es que la estrategia de guerra liderada por Washington durante cuatro décadas: erradicación de la producción, penalización del narcotráfico y criminalización del consumo parece
haber fracasado. Así lo han reconocido
los ex presidentes Fernando Henrique Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, integrantes
de la Comisión sobre Drogas
y Democracia en América
Latina.
El problema es que cada vez aumenta más
en la opinión pública la desconfianza y la pérdida de credibilidad en esta forma de combatir el narcotráfico. La reciente experiencia mexicana de la participación de
las Fuerzas Armadas no ha significado
ninguna solución y lo más seguro
es que el presidente Calderón
terminará su mandato sin haber logrado obtener
ningún beneficio aceptable contra la imagen de un país desangrado.
alandazu@hoy.com.ec