El ciudadano Obama abate a
Osama
Lyndon B.
Johnson habría afirmado que la Casa Blanca no estaba destinada a ser ocupada por un político negro.
José Luis Valdés
Ugalde
La ofensiva
de la extrema derecha
contra Barack Obama es múltiple
y vulgar. Hasta la semana pasada al menos, antes de liquidar a Osama bin Laden, no parecía que fuera
a detenerse. Desde antes de
ganar la presidencia, con
un lenguaje nada sutil, le
ha querido quitar su legitimidad de persona política y ahora, como figura del poder en EU, también
la de su condición y pertenencia ciudadanas. Entonces reemergió un discurso que pareció aplacarse
en los 70 y fue siendo enterrado por la política multicultural estadunidense.
Así,
los sectores del establecimiento comenzaron a considerar inaceptables y carentes de realismo sus reformas y, a veces, un velado racismo se escuchó de sus opositores. El extrañamiento radicaba en insinuar que era inadmisible que un negro-mulato-mestizo, aunque resultado, por cierto, de la diversidad racial que distingue
y, según muchos, honra a EU, hubiera
desafiado a un distinguido miembro del club WASP con un récord
de guerra sobresaliente. Se
distorsionaba el “contrato
social”, según el cual las minorías (principalmente
la afroestadunidense) obtendrían
sus derechos plenos como ciudadanos,
pero sin que esto significara que la sede del poder, la Casa Blanca, pudiera y debiera ser ocupada por un negro. Lyndon B. Johnson habría
afirmado que la Casa Blanca
—construida con fuerza de trabajo esclava— estaba destinada a que la ocupara un político blanco, nunca uno negro.
El siglo XXI empezó con múltiples sobresaltos para el orden internacional
—11 de septiembre para empezar— y el ascenso de Obama fue quizás el siglo
de su renacimiento como sociedad pluriétnica,
junto con el declive de ser
potencia global. La paradoja es que los esfuerzos
de reordenamiento sociopolítico
interno e internacional, basado en un nuevo consenso social y en aplicar una estrategia de poder inteligente, más diplomática que militarista, con el fin de reposicionar a Washington como potencia medular en un orden internacional con nuevos y poderosos actores emergentes, están siendo conducidos
por este personaje, cuya pertenencia y derecho a la identidad “americana” le son cuestionados por los mismos sectores
recalcitrantes que cuestionaron su autoridad moral para presidir EU.
Ahora fue su nacionalidad.
Con retórica de Guerra Fría
y deslices surrealistas,
Donald Trump, empresario hotelero
y mediático y aspirante a presidente, ha cuestionado la nacionalidad de Obama y lo desafió
a demostrar que no era un
“no americano”. Es decir, surrealismo incluido, le exigió, a quien lleva más
de dos años gobernando, demostrar que todo
EU no se había equivocado al hacerlo senador y presidente. Obama cedió y publicó
otra vez su acta de nacimiento,
que fue en Hawai.
Así,
el multiconfirmado Obama se deshace
de Trump y de su montaje mediático y anula un estorbo en su camino
hacia la reelección. Ahora, fortalece
su prestigio y capital políticos ante la derecha ultramontana y la ciudadanía de EU y la mundial, con la eliminación de Bin Laden. El final de Osama es un trascendental golpe para Al-Qaeda, que Bush, y algunos de sus aliados que
hoy le pegan a Obama, soñaban con conquistar para sí, y se convierte
en un gran triunfo del presidente en política global.
Ante un hecho que sin duda fortalece sus posibilidades reeleccionistas —si la economía no lo traiciona—, habrá que ver
si el ánimo de quemar brujas persiste;
arte que por cierto los soberanistas
furibundos de derecha en EU dominan con maestría. Se trata
de un logro largamente acariciado
por el conjunto del establecimiento político en
Washington. Y, en consecuencia,
de uno que tendrán que asumir
como propio tirios y troyanos, aun tragando sapos.
Después de algunos sinsabores,
Obama vive un momento de gloria
que mitiga algunas de sus pérdidas recientes en sus intentos por
reformar salud, educación y economía. Será embarazoso
que su pertenencia
a la historia estadunidense
le sea ahora negada a la luz del trascendental momento que le ha dado a ese país
con la eliminación de Osama. Por ahora,
se lleva el mérito estratégico y político de haber implementado una acción de poder
inteligente que, tanto internacional como en lo local, empieza a rendirle frutos a su gestión.
*Analista
político. Investigador y profesor de la UNAM
jlvaldes@servidor.unam.mx,
Twitter: @JLValdesUgalde