México-EU, más
allá de Arizona
Jorge
Fernández Menéndez
La ley
antimigrantes en Arizona es
un precedente peligroso para la relación México-Estados Unidos. Como cualquier nación, la Unión
Americana y todos sus estados tienen el pleno derecho de salvaguardar sus fronteras y darle un cauce legal a la migración. Eso no está a debate, aunque el fenómeno migratorio entre los dos países debería ser atendido con una legislación que fuera mucho más allá de la simple regulación de entradas y salidas. El peligro real de la ley de Arizona es que es racista
y se aplica específicamente
a mexicanos o a otros latinos y porque establece unas normas que
violan claramente la Constitución de Estados Unidos.
La nueva
ley permite a las autoridades locales detener por sospecha
de estar ilegal a cualquier persona de origen latino: en última instancia cualquier mexicano que se encuentre en Arizona viviendo, trabajando o como turista, deberá demostrar que está
legal en el estado si a cualquier autoridad (o incluso un vecino) se le ocurre interrogarlo o detenerlo para comprobarlo. Estados Unidos nunca ha aplicado una ley
semejante a ninguna otra comunidad, incluida la musulmana luego de los atentados del 11 de septiembre. Como se ha dicho, en esa entidad, será
ilegal detener a alguien porque
se parezca a Osama Bin Laden, pero
cualquiera puede ser detenido por parecer
mexicano.
Además, demuestra que muchas cosas
se están haciendo mal en la
relación bilateral y en la integración
regional con Estados Unidos
y Canadá. En los hechos, si bien el comercio
bilateral es enorme, no existe ni se ha trabajado ninguna estrategia real de integración.
Durante el gobierno de Zedillo no hubo
espacios para ello como consecuencia
de la crisis del 95, con todas sus
secuelas. Luego, desde 1997 ya no hubo una mayoría
legislativa que permitiera avanzar en el tema. La administración de Fox parecía entusiasmada con ello, pero entre el triunfo de George Bush y su falta de comprensión y de interés en la región, sumado a las consecuencias
del 11-S y la guerra contra el terrorismo,
Afganistán, Irak, toda posibilidad de avanzar en esquemas reales de integración se perdió. El gobierno de Calderón goza de una muy buena
comunicación con Washington, por
conducto del embajador
Arturo Sarukhan, pero no ha
mostrado tampoco interés en profundizar un esquema real de integración, quizá porque el gobierno federal sigue sin contar con una mayoría legislativa que le permita avanzar en los puntos que serían clave para la misma. Pero me temo que
el mayor problema no es ése, sino la falta
de interés real de trascender,
de la buena relación diplomática, a un esfuerzo integrador real.
Un ejemplo:
¿alguien puede estar en contra de lo que dijo Bill Clinton la semana pasada aquí respecto
a la necesidad de un plan México (que
emule a aquel
Plan Colombia que él lanzócuando concluía su presidencia), para atacar al narcotráfico? Clinton se cuidó muy bien de hablar
de intervención e incluso explicó que debía
ser un plan integral, construido en México, sobre fuerzas locales, para, con base en ello, pedir la cooperación de EU. El
Plan Colombia no se puede repetir
en nuestro país por la sencilla razón de que no es imaginable la intervención, aunque sea limitada, de fuerzas militares directas, como ocurre en esa nación
sudamericana. Pero es posible hacer
muchas otras cosas en el terreno de la seguridad. Es verdad que Estados Unidos
se encuentra en deuda con
México y no ha implementado siquiera
plenamente la Iniciativa
Mérida, que ya fue superada por
la realidad, pero la diferencia estaría en plantear los esfuerzos conjuntos de seguridad, primero como un desafío bilateral y, segundo, como parte de un proyecto integrador.
Se dirá
que no se puede, sin
embargo, es posible. De la misma forma que Europa se unificó a partir del acero y el carbón, América del Norte se podría integrar con base en proyectos muy concretos:
el más claro de ellos sería una
política energética
regional, aunque nuestra legislación está demasiado alejada en ese aspecto.
Pero no habría impedimentos legales, por ejemplo, para
profundizar la integración ya existente en la industria automotriz y en varias otras ramas
de la producción.
Lo que
sucede es que desde 1994 no se ha vuelto hablar, ni aquí ni
en Washington, de buscar una
integración regional, un mercado
integrado, un esquema de seguridad para toda América del Norte.
Sin ello,
no habrá respuesta al desafío migratorio.