¿Por qué
sí se mueren en México?
Leo Zuckermann
En EU los médicos viven aterrados. Si se equivocan,
el paciente puede demandarlos y ganarles una barbaridad de dinero.
Mientras que en México se han muerto
más de 100 personas por la epidemia de influenza porcina, de
la veintena de casos que han aparecido
en Estados Unidos no ha habido ninguna fatalidad. En este
momento todavía no existe una explicación
científica de esta disparidad. Sospecho, sin
embargo, que tiene que ver con la diferencia que existe en los sistemas de salud de los dos países. He tenido la oportunidad de vivir en ambos lados del río Bravo y, por tanto, conozco
ambos sistemas. Me he enfermado aquí y allá y puedo asegurar
que son dos mundos muy distintos.
Pongo un ejemplo.
Cuando me da fiebre en México, le hablo por teléfono
a mi doctor. Es un amigo que
me conoce a la perfección.
Me pregunta por mis síntomas, hace
un primer diagnóstico y por lo general me receta por teléfono una
medicina. Sólo me pide que vaya
a verlo cuando cree que
se trata de algo muy serio. Ni siquiera voy a la farmacia a comprar el medicamento. Llamo por teléfono y me lo mandan a mi casa sin pedirme la receta. Me tomo las tabletas, me curo y sigo con mi vida. Colorín colorado,
termina la fiebre y la historia.
Para la gente
que acude al sistema público de salud, como
tienen que hacer colas interminables para ver a un doctor, pues sólo van cuando
de verdad están graves. Si sus síntomas son leves, le llaman, como yo,
a un doctor amigo o se automedican. Muchos van a consulta con seudomédicos o le piden consejos al dependiente de la farmacia.
Este tipo de tratamiento es impensable en Estados Unidos. Cuando allí tenía fiebre, le hablaba a mi doctor.
Por lo
general no lo encontraba. Me
contestaba, entonces, el médico de guardia. Le contaba mis síntomas
y lo único que me decía es que
fuera al consultorio al día siguiente o, si de plano
me sentía muy mal, que acudiera a la Sala de Emergencias del hospital más cercano. Nunca
me daba un diagnóstico por teléfono, mucho menos me recetaba.
No lo hacen
porque lo tienen prohibido. Más aún, los médicos
en Estados Unidos viven aterrados. Si se equivocan, el paciente
puede demandarlos y ganarles una barbaridad
de dinero. De esta
forma, todos los incentivos
del sistema de salud estadunidense están hechos para
que los médicos sean extremadamente cuidadosos. No es gratuito, entonces, que todos los enfermos
acaben visitando el sistema de salud lo cual, por cierto,
resulta carísimo para la sociedad. Ya en el consultorio o en el hospital, los doctores
solicitan múltiples pruebas para estar
absolutamente seguros de su diagnóstico. Además, tienen que llevar
archivos precisos y reportar a las autoridades si encuentran una enfermedad epidémica. De no hacerlo se exponen,
una vez más,
a demandas multimillonarias.
Ahí
está, creo, la respuesta. En
México sólo llegan al
doctor, y en última instancia
al hospital, los casos más serios: la gente que lleva mucho tiempo enferma y no responde a las medicinas que ya
están tomando. En esta epidemia
me puedo imaginar perfectamente que sólo van al médico aquellos enfermos que están en una
etapa muy avanzada de la enfermedad.
Y como las
medicinas antivirales funcionan si se detecta la influenza en sus primeras etapas, pues muchos de estos pacientes acaban falleciendo. No así en Estados Unidos donde, por
el sistema descrito, inmediatamente se detecta a los casos menos graves. Comienza así el tratamiento con antivirales que son muy eficaces
en las primeras etapas.
Siempre he preferido el sistema
mexicano de salud que es mucho menos
rígido.
En particular me gusta la relación
personal que tenemos con nuestros doctores. Sin embargo,
me temo que en esta ocasión, aunque
resulte chocante, es preferible comportarnos
más como
estadunidenses que como mexicanos. Va en contra de nuestros usos y costumbres pero, en esta epidemia de un virus que puede ser mortal, es extremadamente importante ir al médico en cuanto se presenten los primeros síntomas de la enfermedad. Y de ninguna forma hay que hacerse el valiente y esperar a estar
en ruinas para acudir al hospital.
Me temo
que en esta ocasión, aunque resulte chocante, es preferible comportarnos
más como
estadunidenses que como mexicanos.