Los justos
saldos de la democracia
Clara Scherer
18-Ene-2008
La competencia
electoral en Estados Unidos
está mostrando los efectos de poner en marcha ciertas ideas. ¿Cómo no excluir, discriminar y despreciar al otro, al diferente, al que no es, ni quiere ser, como nosotros? Las minorías.
Que en realidad son, juntas, una gran mayoría. De origen diferente,
mujeres, jóvenes y cercanos a la llamada tercera edad. Hoy, dos integrantes de esas “minorías” aspiran a dirigir al país más poderoso. Cuyo
enorme poder es fruto de esa
capacidad construida minuciosamente: la tolerancia hacia lo otro, lo distinto, aquello que se había traducido
como “desigualdad”.
Proceso que se dice rápido, unas cuantas
palabras. A la humanidad, y
concretamente a USA, le han significado mínimo doscientos años de vivir la humillación de los privilegios. En los que han tenido que luchar
contra los fantasmas de las profecías autocumplidoras.
Es decir, los
prejuicios. Esa condensación
de “sabiduría popular”, que
se expresa en múltiples refranes, que se practica denodada y cotidianamente. Aquella “educación sentimental” que dice que el traje sí
hace al monje, que hijo de tigre, pintito, que las mujeres,
cual vil escopeta, etcétera.
Romper profecías,
enredarse con los arraigados sentimientos, promover la discriminación al revés. Es decir,
las acciones afirmativas. Qué difícil. Qué importante.
Qué justo. Descubrir todo lo que encierra una palabra.
Mujer.
Negro. Indio. Minusválido. Borrarlo. No. Mejor transformar significados.
Introducir
sentidos afirmativos.
Trastornar
a los académicos de la lengua. Inconformar la corrección sintáctica.
Para evitar el sufrimiento
provocado por la ingratísima desigualdad.
El Imperio
y la economía mundial (es decir la paz y el desarrollo de todos) en manos de Obama o de Hillary. Lo que hace más de cien
años soñaron las mujeres en el encuentro de Séneca Falls, Nueva York. Resultado de una conferencia en Londres para abolir
la esclavitud y promover los derechos de la población negra del mundo occidental. Que en esa misma conferencia,
se les negaron a las mujeres. En Londres.
Capital del mundo civilizado. ¿Quién
podría prever lo que hoy vemos?
Soñaron lo
imposible y lo están logrando.
Elizabeth
C. Stanton y Lucretia Mott. Mujeres inteligentes, valientes
y activistas. Que nadie
sabe cuáles tristezas tuvieron que cargar y cuyos
ideales los llevaron hasta las últimas consecuencias.
Los libros de historia les han negado
el reconocimiento. Martín
Luther King, otro gigante
de este humanismo
incluyente. Humanismo donde no se intenta
quitar al otro para hacer lo mismo.
Donde se persigue la igualdad, la libertad y la solidaridad.
El respeto a la dignidad
de cada uno. Cuyo fundamento es que
cada uno es diferente y ejemplar único de la especie. Y, por
lo mismo, cada uno merece todos
los derechos. Los mismos. Intentando la equidad.
Para que las particularidades no sean
“abolidas”. Para que se reconozcan. Por ejemplo, los derechos
sexuales y los reproductivos. Igualdad en la diferencia. Equidad.
Susan B. Anthony, otra caminante de este sinuoso
viaje, aseguraba: Para cambiar la sociedad, primero cambiar la opinión pública. Mujeres empeñadas en difundir ideas a través de la palabra. Como
Carmen, desde México, 2008. Palabra escrita
o hablada. Utilizando
sus dotes de liderazgo. Sabían que la libertad para algunos significaba
que la libertad debía ser para todos los que
tienen la fortuna
de conocer este planeta.
Obama, Hillary. Todos ganamos. Cada uno seguirá tras sus
personales ilusiones, con su estilo y sus
aliados. Con la energía
puesta en transformar esta sociedad. Globalizada.
Con calentamiento climático.
Con hambre de cuatro mil millones, con sufrimiento intolerable.
Con migrantes generando la riqueza. De allá
y acá. Desde el fondo más profundo de mi corazón, espero que continúen
esa lucha. Que lleguen al final. Que logren
acuerdos. Que sigan
derrotando a la injusticia.
Clara Scherer