Insignificante

 

Simón Pachano

 

03 de diciembre del 2012

 

Seamos honestos, aquí tenemos una situación seria. Las cosas pequeñas que ocurren en pequeños países no son de gran interés”, dijo Julian Assange en su ya famosa entrevista desde la Embajada ecuatoriana en Londres. De inmediato, cuando la periodista le preguntó por qué no quería hablar de Ecuador, él soltó la frase lapidaria: “porque Ecuador es insignificante”. Así de simple y directo. Con esas dos escuetas oraciones este señor podría dar buen trabajo a semiólogos que indagarían en los contenidos claramente coloniales y etnocéntricos de sus afirmaciones. Para que algo merezca su atención debe ocurrir en países que sean algo más que un lugar en el mapa. No es el caso del que es su anfitrión desde hace cinco meses, de cuya existencia apenas habrá sabido por la invitación disimulada de algún funcionario de segunda categoría.

 

A primera vista parece una contradicción que, en medio del patrioterismo que vivimos, se intente desde acá justificar esas frases. Como siempre, el argumento es que las han sacado de contexto, lo que obviamente no se sostiene por ningún lado. La entrevista está a disposición en muchos medios y sin edición, de manera que se la puede ver y escuchar las veces que sean necesarias para reconstruir uno mismo el contexto. Si después de ese ejercicio alguien no llega a la comprobación de la existencia de un agravio a Ecuador, será solamente porque le sobra eso que popularmente se denomina doble moral o porque al hacerlo corre el riesgo de verse afectado de alguna manera. Esta última puede ser la explicación de la actitud contemplativa del Gobierno nacional (hasta el momento de escribir estas líneas, viernes por la tarde, no hay una reacción oficial, lo que no concuerda con la soltura de lengua del líder y con la agilidad que caracteriza al aparato de propaganda gubernamental).

 

Es que resulta evidente que la única reacción posible sería de condena a las expresiones de Assange, y eso traería varias consecuencias que seguramente no quieren enfrentar. En primer lugar, no podrían limitarse a condenarlas, sino que una declaración de esa naturaleza debería ir acompañada de una exigencia de retractación. Eso abriría el riesgo de que el australiano no quiera hacerlo y que se escude, como lo hizo su organización, en la supuesta descontextualización. Sería un tremendo desaire para las autoridades ecuatorianas. En segundo lugar, una condena a esas expresiones exigiría revisar las condiciones del asilo en la Embajada. La posibilidad de tratar temas políticos en entrevistas con medios de comunicación o incluso la apertura para dar un discurso desde el balcón de la legación ecuatoriana, son acciones que están totalmente reñidas con las normas del asilo. Permitir que eso continúe significa violar convenciones escritas y no escritas de las relaciones internacionales. Es fácil imaginar que el gobierno inglés estará tomando nota, cuidadosa y flemáticamente, de estos hechos y que eso influirá en su decisión final.

 

El problema es que, sin una reacción adecuada, toda la proclama patriotera y nacionalista del Gobierno quedará en eslogan, en canciones y en iracundas declaraciones sabatinas.

 

spachano@yahoo.com