Tragedia anunciada
17 de diciembre de 2012
Gabriel Guerra Castellanos
La más reciente, que no la última, matanza de civiles inocentes en EEUU sucedió en uno de los lugares más tranquilos e idílicos que se pueda uno imaginar. Newtown, Connecticut, es una pequeña población que parece mezcla de postal de Nueva Inglaterra y pintura de Norman Rockwell, aquel artista cuyas obras presentaban al Estados Unidos que siempre quiso ser: armonioso, pacífico, unido y familiar.
Si bien Rockwell se ocupó también de derechos civiles y libertades, su fama y popularidad provinieron de la capacidad que tuvo siempre para mostrar rostros claros, límpidos, libres de ansiedades y conflictos existenciales. Residente durante mucho tiempo de Massachusetts, nada lejos del lugar del horrífico crimen, una de sus obras estremece al verla hoy: un policía y un niño sentados en la barra de una heladería, disfrutando una buena charla, bajo el titulo "The Runaway", algo así como "el niño que se escapó de casa"...
El cuadro me produjo escalofríos porque ese niño, o uno como él, podría ser la imagen misma de alguna de las víctimas o del victimario de la masacre de Newtown. El joven de 20 años que mató a su madre en su propia casa y después a niños y niñas de primero de primaria, junto con maestros que trataron de protegerlos. O los infantes inocentes que jamás pensaron que una pesadilla así los pudiese alcanzar.
No hay palabras para tratar de imaginar, o describir, por lo que habrán pasado, ni tampoco lo que estarán sintiendo en estos momentos sus padres, hermanos, amigos y familiares. Horror de horrores es siempre la muerte inesperada, pero más todavía cuando es violenta y afecta a inocentes. Esa, tristemente, parece ser la constante en EEUU: balaceras, matanzas absurdas e irracionales, para las que no existe aparentemente explicación lógica.
Pero sí la hay. Detrás de cada uno de los asesinos y de cada una de las víctimas de Newtown o de Aurora o de tantas otras se encuentran no solo individuos perturbados cuyos demonios internos los llevaron a cometer tales barbaridades, sino también, y diría yo que sobre todo, una larga serie de políticas públicas fallidas que han llevado a la nación más poderosa del mundo a vivir más amenazada por sus propios ciudadanos que por cualquier posible enemigo externo.
La razón más evidente es, por supuesto, la facilidad absoluta con la que prácticamente cualquier ciudadano estadounidense puede adquirir y/o portar armas que están diseñadas y fabricadas con el propósito expreso de matar a muchas personas en muy poco tiempo. Rifles de los llamados semi-automáticos capaces de disparar ráfagas con tal rapidez que los policías que investigaron la escena del crimen no se atrevieron a calcular cuantas balas habría utilizado el asesino en los pocos minutos que le llevó cometer la atrocidad. Armas como esa, cuyas balas viajan a una velocidad aproximada de mil metros por segundo, con la intención de que el proyectil permanezca dentro del cuerpo de las víctimas y generé el mayor daño posible a órganos y tejidos...
Mucho se ha dicho y escrito ya sobre la desmedida influencia de la National Rifle Association, cuyo poder de cabildeo es tal que nadie se atreve a meterlos en cintura, pero esta vez la dimensión de lo sucedido podría, ojalá, hacer que las cosas cambien en Washington, al menos en lo que a armas de asalto se refiere.
Pero hay otro tema que no se puede dejar de lado: los recortes constantes a los presupuestos para la salud mental en EEUU.
Desde los años de Ronald Reagan EEUU ha venido recortando sistemáticamente los presupuestos para la atención de personas con desordenes mentales, lo cual se ha traducido en un numero cada vez mayor de individuos que no reciben el diagnóstico o tratamiento necesario, o que no pueden recibir atención o ser internados por falta de espacios y de personal adecuados. Tan solo una cifra para darnos cuenta del tamaño del problema: entre 2009 y 2012, los presupuestos de los estados para la salud mental se han reducido en 4,350 millones de dólares. Y cada uno de esos dólares es un paciente, un tratamiento, una medicina, una receta que NO se dieron oportunamente...
Y, aunque parezca increíble, muchos de esas personas que NO reciben tratamiento, SÍ pueden comprar, sin mayores requisitos, armas de todo tipo.
Las tragedias, todas, tienen sus causas y sus explicaciones.