Remembranza de un gran líder mundial

 

Por: Abdón Espinosa Valderrama |

 

06 de Noviembre del 2013

 

Suficientemente informada como está la opinión colombiana de los terribles brotes de corrupción en la rama de la justicia, ultrajada como ha sido el alma de la toga en el Consejo Superior de la Judicatura, permítaseme exteriorizar un recuerdo que todavía me duele: el del magnicidio del presidente John F. Kennedy hace cincuenta años.

 

Porque cuarenta y ocho horas antes habíamos estrechado su mano, la noticia fulminante de su sacrificio en Dallas (Texas) nos cayó como rayo a cuantos tuvimos el privilegio de verlo en la penúltima estación de su marcha hacia la tumba. Había ido él a Miami, en compañía de su bella esposa, Jacqueline, con el objeto de inaugurar el nuevo y hermoso edificio del Miami Herald, diario de propiedad de sus fervorosos partidarios y copartidarios, los hermanos Night, y a asistir al banquete que le ofrecía la Asociación Interamericana de Prensa en el recién construido Hotel de las Américas, luego demolido y reemplazado.

 

Las precauciones fueron muchas y rigurosas. En cada balcón, un centinela con fusil, listo a disparar. No parecía haberse dejado nada al azar, ni en condiciones de atentar contra la vida del prestigioso mandatario en trance de reelección. El joven presidente, de un metro ochenta y tres centímetros, leyó sesudo discurso, con cifras en abono de sus tesis. Lucía regocijado, distendido y satisfecho. Luego fue de mesa en mesa, saludándonos a los asistentes con amabilidad característica. El suyo era el rostro risueño y seguro de quien había superado gravísimos riesgos en la guerra mundial y en el lecho de enfermo.

Todo en el porvenir le sonreía. Respiraba confianza en mismo, aun en vísperas de su viaje a Dallas, centro de la derecha radical, donde, según Sorensen, el matrimonio Lyndon B. Johnson y Adlai Stevenson había sido apaleado por los extremistas.

 

Del pulso con Kruschev había salido airoso al obtener el retiro de las tropas e instalaciones rusas de Cuba, a trueque de la promesa de abstenerse de invadir la isla. Con serenidad y firmeza, evitó la devastadora contienda atómica y despejó el camino al Tratado de Prohibición de Pruebas Nucleares. Asimismo, derrotó el cerco soviético de Berlín, suministrándole por aire los elementos que de urgencia requería.

 

En América Latina propuso la Alianza para el Progreso y le dio apoyo financiero en condiciones excepcionales. De los préstamos de programa con tasa mínima de interés, pagaderos en cuarenta años, se benefició ampliamente Colombia. Ciudad Kennedy es testimonio de su paso por Bogotá, en compañía de Jacqueline. Quien en sus funerales declarara que el estadista mundial que más había suscitado su admiración era Alberto Lleras, el presidente de Colombia, durante su inolvidable visita.

 

Se imaginará la conmoción en el seno de la Sociedad Interamericana de Prensa, reunida en Miami, al saberse la noticia amarguísima del sacrificio imprevisible del presidente Kennedy. Con excepción, de inmediato explicada, del eminente director y dueño de La Prensa de Buenos Aires, Alberto Gainza Paz, uno de los delegados para recibirlo en el gran salón del banquete. El presidente Kennedy le habría espetado: “Definitivamente, con ustedes los argentinos no hay nada que hacer”. ¿Cuál el motivo de la indignación? La nacionalización del petróleo en ese país por determinación del presidente Ilía. No siempre utilizaba amabilidades convencionales.

 

De resto, todo fue sobrecogimiento y luto en los espíritus democráticos y el pueblo raso. Cuánto se habría evitado y cuánto se habría progresado democráticamente, si esa preciosa existencia no hubiera sido criminalmente cortada. Para mayor pesadumbre, le seguiría, poco después, su ilustre hermano Robert, también alevemente asesinado.

 

Abdón Espinosa Valderrama