Mi amigo George
Por: JULIO CéSAR GOMES DOS SANTOS
23 de Octubre del 2012
George McGovern fue un hombre que dejó confundidos a los norteamericanos de los años más sensibles de su historia del siglo pasado, a partir del asesinato de Kennedy, en 1963, hasta la vergonzosa derrota en Vietnam, en 1975, pasando por el escándalo de Watergate y la consecuente renuncia de Nixon.
McGovern era la voz solitaria cuando los halcones del conservadurismo estadounidense confiaban en la hegemonía del país en todos los frentes, empezando por el militar. La voz contra la guerra, a favor de una sociedad más igualitaria, y su lucha contra el hambre, traducida en la creación del Programa Mundial de Alimentación de las Naciones Unidas, lo hicieron candidato demócrata contra Nixon en 1972.
Perdió rotundamente porque su sinceridad y sus buenos propósitos no llegaron al electorado, que mantuvo en la presidencia a un ser mentiroso, engañador e irresponsable.
Un salto en el tiempo, al final del siglo, llevó a McGovern como embajador ante las agencias de Naciones Unidas en Roma -FAO, Fida y PMA-, reconocimiento que le hizo Bill Clinton a su trabajo de toda una vida en favor de la lucha contra el hambre y la desnutrición.
Propugnó entonces la redirección de la ayuda para emergencias hacia los países más necesitados en forma sostenible, contra lo que se venía haciendo de manera puntual para atender catástrofes, o contra intereses de las potencias, como el de alimentar a los desplazados de guerras en la vieja Yugoslavia en detrimento de regiones como Darfur y Somalia.
En Roma fuimos colegas y nos veíamos a menudo. Conversábamos sobre temas como el mundo pos-Unión Soviética, que resultó en la "unipotencia" Estados Unidos, según él, peligroso y aterrador. "Se nos cayó en el regazo de sorpresa y hasta hoy no sabemos bien qué hacer con esa situación", decía, convencido de que la política internacional en función de la Guerra Fría era mucho más predecible.
En la cena de despedida que ofrecí a Roberto Villambrosa, mi amigo y colega de Argentina, apenas con los embajadores latinoamericanos y caribeños, George era la excepción al demostrar la alegría de poder estar con nosotros. Elevé un brindis a Roberto, que agradeció. Entonces, sorpresivamente, George se levantó y pidió la palabra para saludar individualmente a cada uno de nosotros y recordar experiencias que había tenido en los países que representábamos. De Brasil habló de tres de sus amigos -el obispo Hélder Câmara, el sociólogo Gilberto Freyre y el economista Celso Furtado, perseguidos por la dictadura militar apoyada por los gobiernos de su país, a excepción de Jimmy Carter-. Al final, simpático, se dirigió al embajador de Cuba, Juan Nuiry, y le dijo: "Todos saben cómo me opongo a la política de mi país hacia Cuba" y dio su opinión sobre el tema.
Con ocasión del 11 de septiembre del 2001 le hice una visita de solidaridad y le oí esta reflexión: "Lo que más temo es que no sabremos enfrentar esa nueva forma de combate, que empecemos a diseminar guerras (wage wars) indiscriminadamente contra países, en vez de enfrentar el problema en su esencia: un fanatismo que trae trazos culturales que no conocemos y ni siquiera tratamos de estudiar para entender. Así fue cuando los pilotos japoneses se estrellaban contra nuestros buques de guerra; cuando monjes de Asia se inmolaban en fuego; cuando una mujer voló por los aires con el gobernante de India, al estallar bombas que traía atadas al cuerpo; y ahora los extremistas musulmanes. En Estados Unidos les están diciendo cobardes a los que derrumbaron las torres. Pueden ser lo que sean, menos cobardes".
Poco después se fue de Roma con casi 80 años. Escribió su último libro contra la guerra en Irak, inicio de lo que temía como respuesta estadounidense al terrorismo. Y se fue para siempre, este 21, George McGovern, avanzado en su tiempo y para quien el mundo era su patria.