Chávez se derritió
Unos pocos kilómetros
de aguas azules separan a Cumana de Trinidad y Tobago; existe
una hermosa relación histórica entre estos pueblos bañados
por el caribe. Desde tiempos inmemoriales
sus habitantes cruzaron el mar para conectarse con lugares amigables y tranquilos.
En la primogénita
del continente Hugo Chávez, volvió
a despotricar del imperio. Quiso convertir la reunión del ALBA en la respuesta efectiva ante el liderazgo emergente de Barak Obama. En su discurso parecía un temible león a punto de liquidar a su presa, con gran
firmeza lanzaba portentosos improperios contra la
administración norteamericana.
Muchos analistas pensaban que la Cumbre de Las Américas sería un escenario hostil para el primer presidente negro estadounidense.
Al llegar
a Trinidad todo cambió. Hugo
Chávez, acampó durante minutos para observar
a Barack Obama. Cuando vio
el despliegue periodístico
se abalanzó sobre el líder de la Casa Blanca, buscando
que los flashes captasen el
momento en que apretaba su mano.
Después se deshizo en atenciones. El león inmutable, devorador de cuanta presa pasa
a su lado, se transformó en un cariñoso gatito, de esos que les gusta dormir
en las piernas de los niños.
Cuando Barack Obama intervenía los
primeros y más sonoros aplausos partían de Hugo Chávez. No perdía
detalles y buscaba anotar cada frase,
para asentar que efectivamente compartía el concepto del hombre
al que hace poco tildó de pobre
ignorante. Sus amigos del
ALBA lo miraban con indignación.
¿Dónde quedó el discurso de Cumaná? En
territorio venezolano un león, allá un admirador
frenético que se desvive hasta la vergüenza. Cuando le regaló el libro del reconocido periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano,
Barack Obama sonrió con ironía
y casi de soslayo, hizo un ademán de fastidio ante el acoso presidencial.
Seguramente el servicio secreto extremó sus medidas para
que el número uno, pudiese ir
al baño con tranquilidad. Sin
tener que soportar al nuevo fans enloquecido. Imagínense a alguien en plena micción, siendo torturado por la súplica incesante del huésped de Miraflores, deseando
un gesto de cariño del gran timonel del vituperado imperio. Es casi como chorrearse
los pantalones.
Son clásicas
las posturas de Hugo Chávez.
En los momentos decisivos las piernas le tiemblan y termina por arrugar.
Cuando está en soledad
se presenta como un gigante de poderosos tentáculos. Al momento de sentir algún riesgo
huye despavorido hacía otras posiciones,
dejando a sus incondicionales en la estocada. Los
ejemplos son muchísimos a
lo largo de diez años de desventura. Cuentan que su odio
por el monseñor Baltasar
Porras, viene dado porque
el ilustre prelado lo vio llorar amargamente
la noche del 11 de abril. Es
más, el capitán que conducía
el helicóptero que lo trasladaría hasta La Orchila, está preso sencillamente
porque presenció cómo sollozaba aquel adalid de la lucha revolucionaria. Berreaba como chiquillo
al que le quitaron una golosina.
No es
de extrañar entonces, que asuma estas posiciones
con Barack Obama. Mañana dirá
otra cosa, ante el aplauso cómplice de su séquito de adulantes.
Los mismos que han asaltado los dineros del pueblo.
El Napoleón
tropical se derritió ante el imperio.
Lo que le faltó fue sentarse a su lado para
pedirle alguna entrada para el béisbol. Seguramente el presidente norteamericano tendrá que ir
al urólogo al llegar
Washington. Sus testículos pueden tener algún
desgarro ante la enorme guindada del que te conté.