Óscar Collazos
July 3, 2008
La visita
del candidato John McCain a Colombia, más larga que
las de los presidentes
Clinton y Bush; las estrictas
medidas de seguridad tomadas en Cartagena; su presencia en la Casa de Huéspedes
Ilustres; la cobertura de
la visita por medios de comunicación nacionales e internacionales; las palabras de elogio a las políticas
antidrogas y "antiterrorista"
del presidente Uribe permiten pensar que éste está
depositando en las urnas, jugándose una carta demasiado
arriesgada, un voto simbólico por el candidato republicano.
Mirada desde
el otro lado de la medalla, la visita del candidato republicano es un espaldarazo al presidente Uribe, tan cerca de la política exterior de
Bush, que es -casi- uno de los pocos presidentes latinoamericanos que comparten con el mandatario norteamericano la vergüenza de no
haber querido aceptar que, montados
en una mentira colosal, emprendieron una guerra de agresión
y ocupación de la que hoy no saben salir.
Favor por
favor. Las palabras del presidente anfitrión y el trato preferencial dado al visitante parecen mensajes de respuesta a la bancada demócrata que ha congelado la aprobación del TLC y ha lanzado preguntas incómodas sobre la violación de los derechos humanos por parte de fuerzas del Estado colombiano.
Pese a los ambiguos esfuerzos del gobierno
Uribe para dar a entender que esta visita
no excluye una próxima visita de Barak Obama -el candidato demócrata que aventaja
en las encuestas a su rival McCain-, el mensaje ya está dado. El
Presidente colombiano,
clave en la política neoconservadora
de Bush, podría ser también
clave en la reafirmación latinoamericana
de esa política, en caso de que McCain salga elegido.
El presidente
Uribe ha aceptado que Colombia se convierta en la única cabeza de playa que le queda a
Estados Unidos en el subcontinente americano. Ha confundido debido respeto con servidumbre indebida. Y aunque el Plan
Colombia fuera en principio el acuerdo
entre un presidente
conservador y otro demócrata, presidente colombiano y candidato republicano tienen ahora muchas cosas
en común. De allí
el ping-pong verbal de la visita.
Esta
insólita visita de campaña es también
una visita de campaña para Uribe. Se produce en momentos en que éste sigue
enredado en las cuerdas de la soberbia presidencialista, sin haberse sacado de encima el lodo salpicado por sus amigos del
Congreso. Pero, sobre todo, en momentos en que es cuestionado por la Corte Suprema de Justicia, a la que desafía e increpa como si
se tratara de partirle la cara a algún "marica" que defraudó su confianza
en los salones de Palacio.
El hecho
de recibir con honores desmedidos a un candidato presidencial que duplica como una
clonación a quien ocupa la Casa Blanca de Washington, pone de manifiesto nuestra situación de inferioridad, aceptada con servilismo por el jefe del Estado colombiano. Nadie se imagina a un presidente
de Estados Unidos recibiendo con trato preferencial a uno de los candidatos a la presidencia de nuestro país, sobre
todo en época preelectoral. A duras penas lo recibiría
un subsecretario regional.
Si la visita
de McCain es sólo una gira que
busca ganar confianza en el electorado latino, no tiene
presentación que el jefe del Estado colombiano aporte su "granito de arena" a esa campaña y lo reciba con los oropeles que vimos.
Si fuera una presentación previa de lo que será su
política hacia Colombia, hubiera bastado un juicioso informe
de nuestra embajadora en
Washington, acompañado de una
nota que desaconsejara la aceptación oficial de la visita.