Obama y el cambio
Enero 8 de 2008 - LA CARRERA DEMÓCRATA
Su acogida en Iowa y New Hampshire
documenta el cambio en E.U.
en materia de relaciones interraciales.
Independientemente del desenlace final de las elecciones primarias y admitiendo que la carrera presidencial del 2008 apenas ha empezado, lo trascendental hasta el momento ha sido el grado de aceptación de la candidatura de Barack Obama en Iowa y New Hampshire, porque
documenta el dramático cambio ocurrido en este país en materia
de relaciones interraciales.
Y
si bien es
cierto que el racismo individual sigue siendo tan irremediable como repugnante en EE. UU. y en el resto del mundo, la victoria de un neófito senador de raza negra en las asambleas
partidarias de Iowa, un estado
en el que solo el 3 por ciento de la población es afroamericana, debería, por lo menos, atemperar el prejuicio tan común en el extranjero de que las relaciones entre las distintas
razas y etnias nacionales no han evolucionado en Estados Unidos.
Obama también ha introducido un cambio importante en el tema de la identidad racial. Si algo evidencia su discurso
esperanzador, reposado, unificador e incluyente es la caducidad del viejo modelo del liderazgo negro ejemplificado por Martin Luther King.
Este fue un movimiento que en su momento
resultó fundamental para reivindicar los derechos de quienes eran discriminados y segregados por el color de su piel, y para
acabar con el apartheid estadounidense,
al promulgar leyes que institucionalizaron la igualdad entre las razas.
El
mensaje de Obama también hace obsoleto
el activismo gritón, enojado, callejero y acusador de predicadores como Jesse Jackson y, sobre todo, Al Sharpton, que basan su
liderazgo en la confrontación
con los distintos grupos étnicos y raciales del país y asumen como inevitable, a la vez que rentable, la victimización de la comunidad negra.
Hijo de madre blanca y padre africano, creció con sus abuelos maternos
en Hawái y no sufrió el impacto frontal de la segregación
que tuvieron que resistir otros. Pero
Obama no niega su negritud. Tampoco solicita el consejo de los viejos activistas
y, sin subestimar las carencias y las necesidades de la comunidad negra, privilegia la integración sobre la confrontación como medio para subsanarlas.
El
tercer cambio que propone Obama es evidente: sacar
a los republicanos de la
Casa Blanca. Y en cuarto lugar busca el cambio de guardia en el liderazgo demócrata. Obama pertenece a una generación distinta a la de sus contrincantes y, a cambio de experiencia, ofrece su inteligencia,
su carisma, su esperanza y una sonrisa que
nunca parece posuda.
El quinto cambio,
el más ambicioso, es sin duda el más difícil porque
resolver los grandes problemas nacionales no depende de la voluntad de una persona.
¿Podrá Obama
encontrarle solución al limitado horizonte del servicio nacional de pensiones?¿Tendrá la fuerza para someter a las industrias de seguros, farmacéuticas y a hospitales y doctores para implantar un sistema de seguro médico económico, accesible y confiable?
Y
qué decir del complicado panorama internacional,
donde, con un limitado margen de maniobra, tiene como encargo
resolver el conflicto en Irak, facilitar el acuerdo entre judíos
y palestinos, suavizar la relación y contener la expansión del programa nuclear en
Irán y en Corea del Norte, entre otros
asuntos.
En
el largo camino a la nominación,
no basta con tener una sonrisa encantadora.
En los próximos
meses, Obama tendrá que mostrarles
a los votantes que está preparado
para gobernar y que tiene respuestas
específicas a los problemas concretos que enfrentaría.
Pero no adelantemos vísperas porque la carrera a la presidencia apenas está comenzando.