¿Quién responde a McCain?
Edgar
Gutiérrez
“Sorpresa, van a estar pidiendo dinero”.
El
senador republicano John
McCain, el viejo “rebelde” conservador, ha vuelto a casa. Desde que “volvió”,
hace poco más de cuatro años,
la ha emprendido contra los inmigrantes
latinos. El copatrocinador
de una progresista ley migratoria, junto al desaparecido Edward
Kennedy, apoyó, después, en
abril de 2010, una legislación en su Estado,
Arizona, que da cheque en blanco a la Policía para capturar
y expulsar a cualquier sospechoso de haber ingresado sin documentos.
Ahora McCain, en la crisis humanitaria de los niños migrantes ha alentado la mano dura responsabilizando
a Centroamérica y desplazando
el debate hacia la seguridad.
Sus razones tiene el veterano senador, y a sus 77 años son meramente de supervivencia política en un
Estado en el que afloran sentimientos antiinmigrantes y en
un partido que en la última década viene
echando fuertes raíces ultraconservadoras. Así, McCain, que había ensayado dotes diplomáticas en Siria, Egipto e incluso en Guantánamo, como parte de la misión que evaluó la clausura
de la prisión, se está convirtiendo en esta crisis migratoria en un vecino hostil.
Si
McCain, desde el Subcomité
del Senado que atiende asuntos hemisféricos, es el portaestandarte de la nueva política republicana hacia Latinoamérica, al menos en materia migratoria entraremos en una coyuntura baja
en las relaciones con los
EE. UU., esto es, de choques, tensiones y enfriamiento. En medio van a quedar los migrantes en una condición de extrema vulnerabilidad. La desprotección migratoria en los EE. UU. será mayor y más alta la exigencia a Centroamérica de criminalizar al migrante trabajador y a su familia, que
ya empezó con esa idea de penalizar a los
padres de los niños migrantes.
A cambio los presidentes de
la región pidieron US$2 millardos y en respuesta el presidente Obama ofreció gestionar el diez por ciento.
“Sorpresa, sorpresa van a estar pidiendo dinero”, salió McCain, provocador (The Washington Post, citado
por Prensa Libre, 28/07/14 p. 5). Y sin embargo, tiene
razón. No es un secreto cómo nos
ven en Washington y principales
capitales políticas del mundo: países fallidos,
gobernados por políticos corruptos y elites económicas codiciosas, pero suficientemente astutos para mantener
indefinidamente a raya a millones de sus conciudadanos, que, asfixiados, salen a buscar la vida a otra parte. Complicado entablar un diálogo o un debate serio en el ambiente crispado por el próximo evento electoral estatal en los EE. UU., y sin estar respaldados los centroamericanos por una propuesta de política migratoria.
Pero más allá que una
política migratoria el
debate debe ser sobre la reforma del modelo económico fallido (para la gente) que el Consenso de Washington nos recetó hace
25 años y que seguimos a pie juntillas: lo tenemos escrito en piedra, una piedra
que ya pesa
como sepultura.