Nuestro ex-Presidente
¿torturado
¿Quién garantiza sus derechos humanos?
Acisclo Valladares MolinaFuente menor Fuente normal Fuente grande
Tuvo que ser, con
el más profundo desagrado, que recibiera la noticia de que el exPresidente Constitucional de la República,
Alfonso Portillo, se encontraría sometido
a un ambiente artificial que
le resulta extremadamente frío, producto este del aire acondicionado
con que se “climatiza” por parte de sus carceleros, al parecer, técnicamente inevitable, la pequeña
habitación –celda– en la que se encuentra confinado, frío que se hace persistir,
a pesar de sus protestas.
El
aire excesivamente frío puede ser, sin lugar a dudas, una forma de tortura –sea dolosa, negligente o fortuitamente infringida– y bien valdría la pena que el Procurador
de los Derechos Humanos, tal y como se lo ordenó la Corte de Constitucionalidad,
se hiciera presente en el lugar, constatara los hechos y evitara que sus derechos
–los de un ciudadano guatemalteco
a quien, en su momento, elegimos Presidente– se sigan conculcando.
Debo reconocer que lo digo fácil
porque, la verdad de las cosas, sería
muy difícil que el Procurador de los Derechos Humanos pudiera cumplir, en Nueva York,
el mandato de una corte guatemalteca –por muy Corte de Constitucionalidad que esta sea– carente de jurisdicción en el lugar y, de igual forma, el funcionario.
Ya me había enterado de que un alto funcionario de la Organización de
las Naciones Unidas que estuvo
a visitarle – ¡bien por hacerlo!, mucho dice a su favor–, pudo constatar las condiciones deplorables a que nuestro exmandatario se encuentra sometido, limitado tan solo a una sola hora de sol durante el día y, ¡grave tortura!, a la posesión de solo cuatro libros, a la vez, insuficientes, ¿acaso condenado?, para satisfacer su sed
intelectual.
¿Cumple alguna condena
el ex-Presidente de Guatemala en Nueva York? Pues bien, si
no es así, si ni siquiera
se ha celebrado el juicio,
¿por qué se le trata como que
si estuviera condenado? y, en lo que respecta al frío –para este, una
auténtica tortura– no cabría, ni siquiera,
aunque estuviera condenado.
Se
dijo que la extradición de nuestro exmandatario se otorgaba sujeta a una serie
de garantías que, por lo visto, no se han cumplido, ni
se harán cumplir. ¡Qué pena!
No
soy ningún agorero, pero lo dije, a tiempo y, el tiempo, empieza a darme la razón.
Ojalá que se nos pueda demostrar
a los guatemaltecos, lo contrario:
Que lo ordenado por nuestra Corte se respeta en Nueva York y que, en consecuencia, se permite que el Procurador de los Derechos Humanos de Guatemala pueda cumplir con el mandato judicial que se le diera y se cerciore de que el detenido recibe trato respetuoso
y ajeno a todo tipo de torturas –el frío excesivo puede
serlo–, así como que su
sistema judicial funciona –ajeno a los intereses “diplomáticos” y las pasiones políticas– y tratado nuestro exgobernante, con la dignidad que se merece, innecesaria la cárcel (la prisión preventiva no se debe usar como
castigo), le permite la caución y falle, en su momento, con absoluta imparcialidad, ajustado a Derecho.