¿Víctimas o culpables?

 

Nosotros le hemos abierto la puerta al horror.

 

Dina Fernández

 

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Es aberrante. Mientras el Gobierno de Estados Unidos estaba dedicado a procesar Nazis en los juicios de Núremberg por las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, el Mengele americano, un tal doctor John C. Cutler, se dedicaba a inyectarle sífilis y gonorrea a soldados, presos y prostitutas en Guatemala para investigar la efectividad de la penicilina.

 

Esta investigación, realizada con absoluto desprecio por la persona humana, utilizó a guatemaltecos como ratas de laboratorio, como si fuéramos una raza inferior y descartable. El colmo del horror es que el estudio de Cutler fue patrocinado por los servicios de salud de los Estados Unidos, con fondos públicos.

En el foro digital del New York Times muchos norteamericanos han ingresado sus comentarios acerca de este repudiable experimento y resulta patente que a muchos se les cae la cara de la vergüenza al constatar las abominaciones ejecutadas por una entidad de su Gobierno.

 

En Guatemala, la noticia ha sido recibida con estupor. Desde el viernes, cuando el presidente Barak Obama se comunicó con nuestro mandatario para excusarse en nombre del pueblo norteamericano, tenemos el pelo parado.

 

Obviamente, Washington va a tener que buscar alguna reparación más tangible que las palabras. A pesar de que es encomiable que la Casa Blanca haya reconocido el error y pedido perdón, ante una falta de grandes ligas como esta, no basta con decir “¡Ups! Lo hice otra vez”, al estilo de Britney Spears.

 

Entre los guatemaltecos, la incredulidad es doble porque resulta amargo que esta monstruosidad se haya llevado a cabo durante el gobierno de Juan José Arévalo, esa “primavera democrática”, nuestro Camelot, cuando supuestamente el país vivía arrullado por el canto de los ángeles.

 

Desde ayer ha quedado integrada una Comisión Investigadora que infunde respeto. Ahora sólo cabe esperar que estos médicos colaboren con las autoridades norteamericanas para establecer qué pasó.

 

Si queremos rescatar en algo la dignidad nacional, debemos entender en qué términos propuso el doctor Cutler realizar esta investigación, cómo y por qué las autoridades de la época aceptaron su propuesta, si hubo engaño o complicidad y sobre todo, qué daños sufrieron las víctimas y sus descendientes.

 

En el proceso, no me cabe duda que muchos compatriotas van a entretenerse por meses escupiéndole sapos y culebras al Tío Sam. Razones no hacen falta: Cutler y sus colaboradores merecen entrar por la puerta grande a los anales de la infamia. (No olvidemos que este señor también promovió en Atlanta otra investigación mediante la cual se dedicó a observar, por 40 años, cómo la sífilis devoraba a un grupo de afroamericanos pobres, a quienes se les negó sistemáticamente el acceso a un tratamiento).

 

Podemos perder largas horas endilgándole a nuestros vecinos del norte todos los epítetos peyorativos del diccionario. Si decidimos ocupar nuestro tiempo en eso, ojalá el ejercicio nos sirva de entrenamiento para examinar con el mismo ahínco cuáles son aquí nuestras responsabilidades.

 

¿Por qué los canallas del mundo eligen precisamente nuestro país para ejecutar las porquerías más truculentas? ¿Por qué se dan el lujo de experimentar con guatemaltecos en vez de comprar una parejita de ratones blancos? Porque nosotros mismos hemos dado la pauta.

 

No tenemos ley ni Estado. La violencia es el gran eje estructural que ordena nuestra forma de tejer relaciones, desde la cuna hasta el lugar de trabajo, pasando por la cama. Nos quejamos de los sicarios que pululan en la calle, pero la única solución que somos capaces de imaginar y proponer es la muerte.

 

Producimos entre 10 y 20 muertos cada 24 horas, pero hemos tenido días de 30: los cadáveres se apilan en las morgues y los cementerios. Vivimos en el vórtice del exterminio. Lo matan a uno por un bocinazo o por el celular, porque es más fácil que negociar con el socio o la pareja, más expedito que cobrar una deuda...?? Porque hay quienes prefieren eliminar a la competencia que medirse con ella en el mercado.

 

Sin duda alguna, en los próximos meses habrá espacio para que Guatemala solicite una reparación justa ante los Estados Unidos. Pero el problema de fondo no se resolverá hasta que nosotros mismos asumamos la responsabilidad de construir un Estado de Derecho que nos ampare a todos: al empresario y al político, pero en igual medida al hambriento y al descalzo. Y , también al preso, a la prostituta y al enfermo mental.

 

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