Un verano torcido
La
esperanza suscitada por la primavera árabe ha sido abortada por
el golpe militar egipcio
FRANCISCO
G. BASTERRA 30 AGO 2013
Vivimos los últimos compases del verano en que se ha torcido casi todo y nada ha salido conforme a lo previsto. La esperanza suscitada por la primavera árabe: que la democracia
es posible y puede prender en ese mundo, ha sido
abortada en gran medida por el golpe
de Estado perpetrado por
los militares en Egipto con
el apoyo de los sectores laicos y liberales y la aceptación distraída de Estados Unidos y los países europeos. Irresponsable actitud por la que pagaremos
un alto precio. Occidente declara su impotencia
para entenderse con el islam político. Nos guste o no, en una región en la que la política y la religión son dos caras de la misma moneda, cuanto
más democrático sea Oriente Próximo, mayor será el papel del islam en la vida pública. El golpe del general Al Sisi y la represión ejercida para eliminar
a los Hermanos Musulmanes
no puede entenderse sin la complicidad de Estados Unidos, que alentó
la democracia en el mundo musulmán. ¿Qué resta hoy del famoso
discurso de Obama en la Universidad de El Cairo?
Washington prefiere a los pretorianos
egipcios, que le aseguran el estratégico acuerdo de paz con Israel, a la dignidad y las libertades de los más de 80 millones de ciudadanos de la primera nación árabe.
Cuando se deshace el
espejismo del verano y volvemos a la rutina, reaparece la sombra de Irak y la invasión tramposa y catastrófica de 2003.
Obama, el presidente que elegimos en gran medida porque no era George W.
Bush, parece decidido a replicar la acción de su antecesor en la Casa Blanca,
con un ataque militar sobre Siria para
demostrar al criminal de guerra
El Asad que no puede saltarse la imprudente línea roja que trazó
hace justo un año. Creíamos que
estábamos vacunados para no repetir los errores. Ya no hay cientos de miles de ciudadanos protestando en las calles de las principales
ciudades del mundo por una nueva
guerra anunciada. Pero al igual que
hace una década, los inspectores de la ONU buscan en Damasco
las huellas de las armas químicas
que con toda probabilidad ha usado El Asad contra su pueblo. Estamos a la espera de un ataque puntual, inminente, con misiles de crucero, que lanzará
EE UU como palomas mensajeras con el recado de que El Asad no continúe gaseando a sus ciudadanos. Washington ha tranquilizado
previamente al dictador sirio de que no trata de desalojarle del poder.
Obama
ha dejado pasar más de 100.000 muertos y casi dos millones de refugiados sin intervenir
Sorprende Obama, que ha
dejado pasar los más de 100.000 muertos de la guerra civil siria, los casi dos millones de refugiados huidos del país y los cuatro millones de desplazados internos, sin intervenir, curado de espanto de las guerras norteamericanas
en la región y consciente
del cansancio de la opinión
pública y de su insufrible coste económico. La dimensión sectaria, étnica y religiosa de la guerra civil siria justificaba la prudencia de Obama. El presidente
más pragmático desde Eisenhower, el Ike que abrazó a Franco en Barajas, habría
decidido no dejar pasar el primer ataque con armas químicas del siglo XXI.
El
debate entre los intereses y los principios,
resuelto de una sola tacada. Salva su
credibilidad y su palabra empeñadas y, al tiempo, la de Estados Unidos como superpotencia
realmente existente; lava su imagen interna
de presidente débil; le envía un mensaje a Irán de que su
paciencia nuclear tiene límites cuya superación
no tolerará, EE UU no habla en vano. Atiende al principio de protección
de las poblaciones amenazadas y el estado de situación humanitaria extrema de Siria, que excusaría la ruptura excepcional del derecho internacional para reparar la obscena inmoralidad del ataque con armas químicas. Tony Blair, uno de los cínicos arquitectos de la invasión de Irak, habla de demostrar que no somos arrastrados
por los acontecimientos sino que Occidente
es capaz de definirlos. Primero se toma la decisión y luego se busca la cobertura legal.
Este
plural mayestático se refiere,
además de a Estados Unidos, a los otros dos líderes comprometidos con la acción bélica y políticamente en horas bajas, Cameron, cuyo Parlamento ha rechazado la guerra, y Hollande. La Unión Europea
queda fuera de juego. Los dirigentes de Reino Unido y Francia,
antiguas potencias coloniales, que justo hace un siglo
delimitaron las fronteras de Siria y el reparto de Oriente Próximo, vuelven a sacar pecho de hojalata lo mismo que hicieron en Libia. Todo es
mucho más prosaico. Se trata de la urgente necesidad de hacer algo, incluso de que se vea que
hacemos algo. Sin la ONU, sin pasar por el Congreso, que recela de las
explicaciones y las pruebas ofrecidas por el presidente, por encima de las
dudas expresadas por la cúpula militar
del Pentágono. Puede que sea legal lo que parece a punto de ocurrir, pero no es inteligente, puede ser incluso desastroso para todo Oriente Próximo.
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