Europa inerme
Las
autoridades europeas han facilitado que EE UU espíe
de forma masiva a sus ciudadanos
EL
PAÍS 13 JUN 2013
La
masificación del espionaje
contra personas, empresas y Gobiernos
no puede aceptarse como algo inherente
al mundo moderno. Uno de
los combates democráticos
del presente es el de poner coto a la banalización de intromisiones como las que
permiten dos programas usados por la Agencia
Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA) para recoger
volúmenes masivos de escuchas telefónicas y de contenidos de Internet. La defensa
de los derechos de 500 millones
de europeos debe ser argumento suficiente para la movilización de las autoridades de la UE, aunque es
cierto que se encuentran bastante inermes.
Primero, por la dependencia casi total de la tecnología y de la industria
digital de Estados Unidos;
y después, por falta de una robusta
legislación de protección de
datos, bloqueada desde hace años
por divisiones internas entre los Estados miembros. La propia Administración de Obama ha presionado
con éxito a los europeos para que no pongan
trabas a las peticiones de datos a sus compañías telefónicas
y tecnológicas, convertidas
en globales por la fuerza de los hechos. El escándalo del programa Prism obliga a las autoridades
europeas a reaccionar
contra su propia pequeñez y replantearse el equilibrio entre seguridad y libertad. También es importante que
el ciudadano sea cada vez más consciente
de que el uso del teléfono móvil, de la tableta o del ordenador no son actos a cubierto de mirones y grandes orejas: una vez
en línea, entramos en un mundo que conoce
muy pocos límites y restricciones.
Es
verdad que hasta los entramados más sofisticados tienen su talón
de Aquiles, que es el individualismo. Edward
Snowden —como Bradley Manning respecto
a Wikileaks—, ha demostrado
que una persona se basta para cuestionar
la trama de secreto con que se conducen los órganos de seguridad de un país líder como
Estados Unidos, tan apreciado por otras
razones. Y desde luego no hay que caer en la trampa de discutir si Snowden es un héroe o un villano, un pseudojusticiero o un
idealista, sino centrar el debate en los abusos
contra las libertades y la lealtad mínima que se deben Estados
Unidos y la Unión Europea.
Es
positivo que la comisaria de Justicia de la UE, Viviane Reding, emplace al
fiscal general estadounidense a dar
explicaciones precisas y urgentes. Pero el tono empleado ahora
desde la Comisión corrige la excesiva prudencia de la primera reacción, que se limitó a constatar la “preocupación” causada por las filtraciones
periodísticas del escándalo.
Similar, por cierto, al empleado 13 años atrás por Bruselas
a propósito de la red secreta
de vigilancia Echelon, descubierta
antes del 11-S, pero sepultada
en la nebulosa de la lucha
global contra el terror desatada a partir de esos atentados.
Europa debe ocuparse de que el nuevo escándalo no quede olvidado igualmente, ni bajar los brazos en la batalla contra el Gran Hermano contemporáneo.