España, en el ojo del huracán
La alusión de Romney a la situación económica española potencia el deterioro de la imagen exterior del país
ANTONIO CAÑO
Esas siete palabras de Mitt Romney –“No quiero seguir el camino de España”- sonaron como una bomba a los oídos de los españoles que siguieron el debate electoral en Estados Unidos. Era una contienda de los dos aspirantes al cargo político más importante sobre la tierra, a la presidencia de una nación que, en buena medida, gobierna los destinos del mundo. Ser citado ahí, y en un sentido tan negativo, supone un daño que puede tener consecuencias más allá de la mera incomodidad que representa.
Una buena parte del margen que España tiene para salir de su crisis depende de su imagen en el exterior. Romney, que dirigió una firma de inversiones durante muchos años, debería de ser el primero en saberlo. Esta alusión, en un evento televisado que siguen millones de personas en todo el mundo, potencia extraordinariamente el deterioro de esa imagen.
Desde hace años, se ha convertido en lugar común el hecho de mencionar a ciertas naciones fallidas o países de escasa influencia internacional como ejemplo de lo que no se debe hacer. El propio Mariano Rajoy dijo en una ocasión “no somos Uganda” con intención de remarcar la supuesta solvencia de España. Ahora es Romney, a quien se considera el socio político de Rajoy en Estados Unidos, el que sustituye a Uganda por España en la desafortunada comparación.
El contexto en el que España fue mencionada y la cruda realidad de que ésta atraviesa por un momento económico extremadamente difícil, apenas atenúan la trascendencia de la actuación del candidato presidencial republicano.
Romney dijo: “España gasta el 42% de sus impuestos en el estado. Nosotros nos gastamos también el 42%. No quiero seguir el camino de España”. Como, por supuesto, no había ningún representante español en ese debate ni a Barack Obama le correspondía jugar ese papel, nadie pudo tratar de explicar las cuentas públicas de España, y quedó, por tanto, establecido el fracaso del modelo español.
Como es natural, dados los acontecimientos que se suceden en España en los últimos meses, la situación española merece frecuentemente la atención de los medios de comunicación norteamericanos. En España causó cierta polémica un reportaje reciente de The New York Times que retrataba el aspecto más sombrío de la crisis española, la pobreza y la tristeza que invaden el escenario español.
Los medios se ocupan de lo que es noticia y suelen acentuar sus aspectos negativos, sin que ello pueda interpretarse como una distorsión o, mucho menos, un ataque deliberado. Pero los medios incluyen matices, declaraciones y pueden recibir respuestas de múltiples maneras. Cuando un político en tan alta posición y en un ámbito tan masivo pronuncia unas palabras tan contundentes, su efecto es diferente.
Las palabras de Romney podrían tener, incluso, consecuencias diplomáticas. Si Romney gana las elecciones y es elegido presidente de EE UU, ¿cómo va a manejar sus relaciones con España, un miembro de la OTAN, un territorio con estratégicas bases militares norteamericanas, un aliado de primera fila de EE UU? Si Romney es presidente, esa frase –“No quiero seguir el camino de España”-, pronunciada en el peor momento de la historia reciente de España, le perseguirá cada vez que tenga que entrar en contacto con ese país.
La crítica de Romney, independientemente de su discutible veracidad, alimenta, además, los peores tópicos de cada país sobre el otro. Ratifica a los norteamericanos que tienen a España por un insignificante país en algún remoto lugar de Europa (o de América Latina) y da razones a los españoles que no quieren saber nada de EE UU y recurren constantemente a éste como el origen de todos los males.
Hace solo cuatro años, en un debate de 2008, Obama aludió a España como un modelo en el desarrollo de energías alternativas. ¡Cuánto tiempo ha pasado desde entonces!