Cuando llegue septiembre
Lluís Bassets
09 junio,
2011
Quedan tres meses
para que las dos locomotoras lleguen al punto de colisión. Será en septiembre, después de la Asamblea General de Naciones Unidas, en la que Mahmud Abbas, el presidente de la
Autoridad Palestina contará con el reconocimiento de Palestina como un Estado miembro por parte de un centenar largo, quizás entre 130 y 140, de los países socios. Lo único que puede
impedirlo es la reanudación de las negociaciones de paz, algo que justo
ahora se encuentra en uno de sus momentos
más bajos, con las dos partes en radical desacuerdo respecto a las condiciones que exige a la otra para sentarse.
Las dos locomotoras
lanzadas son, naturalmente,
Benjamín Netanyahu y Mahmud
Abbas. El primero exige al presidente palestino que rompa con Hamas, el hermano separado y ahora reconciliado, si quiere negociar
la creación del Estado palestino. Tiene razones poderosas: el objetivo de Hamas es la destrucción de Israel y está clasificado por Washington y Bruselas como un grupo terrorista. Exige también que
Abbas reconozca el carácter
judío de Israel, una forma oblicua de resolver la cuestión de los refugiados palestinos y de marcar como alógenos
al millón y medio de árabes israelíes que tienen la ciudadanía
reconocida, aunque no es posible hacer
abstracción de que buena parte de los miembros de su gobierno ultraderechista
estarían encantados si pudieran quitárselos
de encima y trabajan para laminar cotidianamente sus derechos.
Netanyahu exige
mucho y está dispuesto a dar muy poco.
Ha toreado con tanta habilidad como cinismo las dos exigencias que le imponía Obama para negociar: que congelara
la construcción en los territorios ocupados y que las conversaciones
partieran de las fronteras de 1967. El Estado palestino desmilitarizado que propone contaría con control militar israelí permanente hasta el Jordán y no habría retorno de los refugiados palestinos ni partición de Jerusalén. No es extraño que los
palestinos hayan cerrado su oficina
de negociación y den por clausurada esta etapa.
Negociar no significa lo mismo para Netanyahu que para Abbas. Para el primero implica sentarse en la mesa y prolongar tanto como sea posible el regateo sin ceder nunca lo que no quiere ceder:
los territorios ocupados, la Samaria y la Judea bíblicas
sobre las que exhibe unos
derechos tan sólidos como los de Serbia sobre Bosnia y Kosovo o Al Qaeda sobre
Al Andalus. Para el segundo
no tiene sentido negociar si no es para crear
el Estado palestino sobre los terrenos
ocupados en 1967, tal como recoge un rosario de propuestas y planes: los Parámetros de Clinton, la Hoja de Ruta del Cuarteto (Estados Unidos, UE, Rusia
y Naciones Unidas), la Iniciativa Árabe de 2002 (en realidad saudí) o la Conferencia de Annapolis.
Abbas obtendrá
la adhesión masiva de los Estados miembros
de Naciones Unidas, que aconsejarán su reconocimiento, pero no tendrá efectos jurídicos. Si se llega a votar
la recomendación, será un acto, eso sí,
de alto contenido simbólico.
Para que Palestina se siente y vote con todos los derechos como
Estado miembro, su candidatura debe obtener primero
la luz verde del Consejo de Seguridad, cosa que exige
el voto a favor o al menos
la abstención de Estados Unidos, que tiene
derecho de veto. Una vez el Consejo de Seguridad da su visto bueno, la Asamblea General puede votar ya la incorporación
como socio del organismo
multilateral.
Israelíes y palestinos están ahora en plena pelea diplomática
para obtener adhesiones de los países más dubitativos,
especialmente los europeos. Los socios de la Unión Europea pueden
decantar la balanza. Lo harían si tuvieran
una política exterior común y votaran unidos. Pero no es así. Y cabe
temer, incluso, que en septiembre tengamos una nueva
ocasión para demostrar la división europea y el mal estado de las relaciones trasatlánticas. EE UU y la UE pueden salir
debilitados y con heridas
de la colisión entre las dos locomotoras, cosa que aprovecharán
los países con aspiraciones en la zona: Turquía, Arabia Saudí e Irán, sin duda, pero también China o Rusia.
Si nada ocurre por el camino y fracasan iniciativas como la de Francia para celebrar una
conferencia urgente este mes de julio,
en septiembre la tensión puede desembocar en una nueva intifada.
Si la primera, iniciada en 1987, se identifica
con las piedras, y la segunda, empezada en 2000, con el
terrorismo suicida, esta tercera intifada
que se prepara será pacífica, siguiendo el ejemplo de los jóvenes tunecinos
y egipcios que se rebelaron contra los dictadores e inspirándose, como los revolucionarios
de la plaza Tahrir, en pensadores como
el estadounidense Gene Sharp, partidarios
de la lucha pacífica no tan
solo por cuestiones morales sino sobre
todo de eficacia política y de persuasión pública.