Infamia consentida
Las aberraciones
de Guantánamo resultan
incompatibles con los principios
de Obama
EDITORIAL
26/04/2011
Si Barack Obama quisiera cerrar Guantánamo y necesitara algún argumento suplementario para hacerlo, encontraría
docenas en los documentos sobre esa cárcel en tierra
de nadie filtrados por Wikileaks y divulgados por este
periódico. Un dossier sobre
el infame penal que permanece abierto pese a la solemne promesa presidencial de enero de 2009, y cuya publicación, como sucediera antes con los papeles sobre la política exterior estadounidense,
Washington se ha apresurado a lamentar,
invocando no se sabe bien qué perjuicios
a su seguridad.
Los papeles
de Guantánamo, que llegan hasta 2009, alumbran una apabullante
radiografía de los abusos y violaciones de los derechos más
elementales cometidos en la
prisión creada por George W. Bush en 2002, tras los atentados del 11-S; un limbo
judicial administrado por los militares en el que EE UU mantiene
a más de 170 sospechosos de
terrorismo islamista. Los informes sobre más de 700 presos, muchos de los cuales
fueron llevados a Guantánamo arbitrariamente, y que en ocasiones llevan allí nueve
años, muestran un sistema carcelario propio de regímenes totalitarios, basado en sospechas, conjeturas y delación.
Mucho más
que con cualquier consideración legal, la permanencia
en Guantánamo tiene que ver, como
muestran las fichas de Wikileaks, con la probabilidad,
remota o creíble, de que algunos de los internos representen
una amenaza, presente o futura, para EE UU, por
su conexión con Al Qaeda o los talibanes. Y ello independientemente de que sean
culpables de algo, como lo prueba que solo siete de los detenidos hayan
sido juzgados y condenados hasta hoy.
Guantánamo, prisión incompatible con un país que
se proclama adalid del imperio de la ley, es uno de los
grandes fracasos de Obama y
una de las profundas decepciones de su mediado mandato.
La marcha atrás del presidente que encandiló a muchos de sus conciudadanos y a medio mundo, especialmente
al musulmán, al proclamar su determinación -"no quiero ser ambiguo sobre esto, vamos
a cerrar Guantánamo"- parece abonar la idea de que, al final, la Casa Blanca no encuentra
tan abominable la creación de Bush. Y hace más sarcástico
que Obama no haya alzado la voz para
criticar las inadmisibles condiciones en que se mantiene encarcelado al soldado Bradley
Manning, supuesto informante
de Wikileaks.
La consolidación
de la aberración que Guantánamo representa ha venido este mismo
mes del fiscal general Eric Holder, al anunciar que finalmente
el cerebro del 11-S, Khalid
Sheik Mohamed, no será juzgado
por un tribunal ordinario
en suelo estadounidense sino, con sus más
directos cómplices, por las infames
comisiones militares y por el procedimiento de un consejo de guerra. El director de
la CIA no improvisaba cuando
afirmaba en febrero, ante
el Senado, que si Osama Bin Laden fuera capturado acabaría probablemente en Guantánamo.