Una pinza
contra Obama
Lluís Bassets
31 marzo,
2011
Los neocons
le aplauden, la izquierda
radical le critica. Por motivos muy próximos. Es una guerra para derrocar
a un tirano, en la que la mayor superpotencia utiliza la fuerza contra un país soberano, sin que unos y otros
presten mayor relevancia a
la cobertura del Consejo de
Seguridad. Nada muy distinto de lo que sucedió con Sadam Husein. Los neocons se sienten legitimados retrospectivamente en su guerra y la izquierda radical, reforzada en sus sentimientos antiamericanos.
Todos ellos creen que Bush podría firmar de la cruz a la raya
el discurso pronunciado por Obama el lunes por la noche para
explicar a sus conciudadanos la intervención militar en Libia.
En España
lo dice la voz neocon más inconfundible, José María Aznar, en una entrevista televisiva con Pedro
José Ramírez: “Creo que Obama se está convirtiendo en el seguidor más importante de las doctrinas de Bush. Ayer dijo que con la intervención en Libia se ha evitado que se cometa una masacre.
Eso se
llama intervención preventiva”.
Aznar confunde acción
preventiva y guerra preventiva, algo que en inglés queda
perfectamente delimitado
con las palabras preemption
y prevention. La primera es
la acción que se adelanta a una amenaza inmediata que se quiere evitar,
y es una forma de legítima defensa. La segunda es un
tipo de guerra que pretende desarmar
a un enemigo que potencialmente podría llegar a ser una amenaza: es una
guerra de agresión,
unilateral y sin legitimidad ni
justificación alguna.
La de Irak
fue una guerra
del segundo tipo, aunque en algún momento los coaligados
de las Azores intentaron convertir la amenaza potencial de las armas de destrucción masiva imaginarias en una amenaza inmediata:
un documento del Gobierno
de Tony Blair llegó a situar
temporalmente el peligro de
que algún tipo de proyectil alcanzara a uno de los aliados en 45 minutos. En el caso de Libia, el presidente Obama ha recordado las amenazas
de Gadafi, mucho más
tangibles y en parte ya verificadas, a los habitantes de Bengasi, a los que prometió
perseguir como
ratas casa por casa.
A pesar
de los esfuerzos de los adversarios de Obama, la disparidad entre las intervenciones en Irak y Libia y sus efectos va mucho más lejos. La gestión de la guerra de Irak hizo temer por
el futuro del sistema multilateral de Naciones Unidas. Nadie daba
un duro, hasta
hace bien poco tiempo, por
el concepto de responsabilidad
de proteger, surgido de las intervenciones llamadas humanitarias en los años 80 y consagrado
también por Naciones Unidas. La intervención en Libia, en cambio, ha significado un resurgimiento del multilateralismo. Sale reforzado
el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, gracias a las resoluciones 1970 y 1973 sobre Libia, fundamentadas
en el capítulo VII de la Carta
de Naciones Unidas que contempla la eventualidad del uso de la fuerza. El Tribunal Penal Internacional
recibe también un chorro de oxígeno
a cuenta de estas resoluciones, por cuanto se le encarga la persecución de los hipotéticos crímenes contra la humanidad que hayan
podido producirse. Regresamos, finalmente, al derecho de injerencia, que permite hacer
realidad la responsabilidad
de proteger a las poblaciones amenazadas, después del eclipse iniciado el
11 de septiembre de 2001.
Tiene más fundamento, en
cambio, una segunda observación de Aznar sobre la acción en Libia cuando señala
que “se está extendiendo la intervención más allá del contenido
de una resolución concreta”. Es evidente que intenta
de nuevo justificar retrospectivamente la interpretación
expansiva de la resolución
1441 del Consejo de Seguridad,
que conminaba a Sadam Husein al desarme unilateral y solicitaba
en caso contrario “los medios necesarios”
para obtener dicho objetivo. Con dicha resolución, la coalición de las Azores justificó la invasión a falta de una autorización
explícita del máximo órgano ejecutivo de Naciones Unidas; al igual que luego
intentó legitimarla a pelota pasada con la resolución 1483 que reconocía la ocupación estadounidense y británica en Irak.
No es
Aznar el único que hace tales críticas. Muchas voces, Putin entre otros, denuncian
una interpretación laxa de la resolución 1973, que ha permitido yala realización de ataques aéreos contra fuerzas terrestres en todo el territorio libio, sin que tenga que ver
directamente con la zona de
prohibición de vuelos ni con la protección
de la población. Otras voces se alarman ante la entrega de armas a los rebeldes, insinuada
por Obama y discutida en la
reunión de los coaligados en Londres. Lo mismo cabría decir
de una acción dirigida a detener o liquidar a Gadafi, en cumplimiento de un derrocamiento que no está contemplado explícitamente por la resolución. Todas estas interpretaciones argumentan, con la guerra de Irak en mano, para
exigir el máximo rigor en los límites de dicha resolución o, en caso contrario, solicitar una nueva
del Consejo de Seguridad, que esta vez difícilmente
obtendría la abstención benevolente de Rusia y de China.
Lo quieran o no, son también
parte de la pinza.