Gran
Hermano se resquebraja
Lluís
Bassets
02
diciembre, 2010
¡Vaya
pedrada le ha dado en la frente el pequeño David que es Wikileaks al Gran
Hermano que todo lo sabe y controla! Se entiende que el Gobierno de Estados
Unidos intente minimizar los daños. También que le sigan otros Gobiernos
amigos, así como alguno de los medios que no han podido acceder al torrente
documental aportado por la organización de Julian Assange. Pero cuantas más
noticias vayan surgiendo de esta mina de información más difícil será ocultar
el interés público de sus contenidos, así como el parte de abolladuras y
averías que produce la revelación de unos secretos celosamente guardados.
De
entrada, hay que señalar que la diplomacia norteamericana sale dañada de este
envite, tal como explicaba ayer Robert Baer, un ex agente de la CIA, en las
páginas del Financial Times. Baer centra su evaluación de desperfectos en los
canales de comunicación especiales que muchos jefes de Estado, sobre todo de
países árabes, establecen con el presidente de EE UU, normalmente una persona
de confianza del mandatario extranjero. Assange ha pulsado el botón reset y
ahora Washington tendrá que empezar desde cero en este capítulo. Quien más sabe
de estos asuntos en nuestro país, que es Javier Solana, ya ha indicado que esta
filtración obligará a los diplomáticos a cambiar de métodos y hábitos de
trabajo, algo que afecta también a numerosos ciudadanos, empresarios,
periodistas, jueces o políticos, que deberán aprender una nueva cultura de la
cautela en sus contactos con diplomáticos de todos los países. En la
observación de Solana hay una crítica implícita a usos que no corresponden a la
época en que vivimos. No se trata solo de una mala utilización de las
comunicaciones y de un pésimo blindaje por parte de una superpotencia que
imparte lecciones sobre las ciberguerras del futuro; sino del estilo
periclitado e impropio del nuevo mundo globalizado y multipolar con que todavía
se mueven algunos diplomáticos.
De
momento, la publicación simultánea de las primeras noticias surgidas del
archivo de Wikileaks ha forzado a todo el Departamento de Estado a movilizar
todos sus recursos para amortiguar el impacto y prepararse para las
revelaciones sucesivas. Este es el cuarto cañonazo dirigido hacia EE UU, en un
bombardeo que va aumentando en intensidad: el primero fue el vídeo Asesinatos
colaterales, con voz e imágenes del ametrallamiento en Irak de un grupo de
civiles desde un helicóptero militar estadounidense; el segundo y el tercero fueron
90.000 y 400.000 documentos de las guerras de Afganistán e Irak,
respectivamente.
Advertidos
con varios días de antelación de la envergadura del cuarto disparo, las
embajadas y consulados en todo el mundo realizaron una acción de amortiguación
preventiva mediante contactos a todos los niveles con los amigos y socios
afectados por las revelaciones. Una vez se abrió la espita por donde fluyen las
noticias se han producido simultáneamente dos reacciones contradictorias: una
minimizadora y otra amenazadora. Pero la reacción más importante, que será
discreta e incluso desconocida por el gran público, será la reparación del
vehículo diplomático dañado. Hay todavía una avería política mayor de
reparación más difícil, y es la que afecta al desplazamiento del poder en el
mundo, así como al futuro de la superpotencia americana.
El
caudal de credibilidad y de prestigio internacionales que EE UU había
recuperado gracias a Obama y que formaba parte del capital político más
apreciado de esta presidencia, está escapando a ojos vista por la vía de agua
abierta por Wikileaks. Vuelven los peores estereotipos, cultivados durante la
guerra fría y recrudecidos con la presidencia de Bush, a través de esta brecha
informativa que nos ilustra sobre la mentalidad, las formas de presión e
incluso las sonrojantes expresiones de arrogancia de algunos diplomáticos
norteamericanos, así como la deferente actitud de sus contrapartes de los
distintos países, españoles incluidos.
El
Gran Hermano, en crecimiento constante en EE UU y Europa, tiene una versión
mucho peor y más fiel al modelo totalitario de la guerra fría que inspiró a
George Orwell, el creador del personaje literario. Está en países como China,
donde el hipercontrol cibernético y audiovisual del ciudadano se suma a los
controles policial y militar tradicionales en una dictadura clásica. Que la
grieta no alcance todavía a esta versión aún más tenebrosa y totalitaria no es
argumento para descalificar las revelaciones sobre EE UU ni significa que no
deban llegar hasta China algún día. La tecnología y la globalización pondrán
también de su parte, esperemos que pronto. También lo harán, sin duda, los
nuevos poderes o contrapoderes emergentes no estatales, surgidos de la sociedad
civil global y tecnológica, de los que Wikileaks es solo el primer y más
espectacular ejemplar.