"Zapatero
usa la política exterior para ganar puntos
en España"
Los documentos
revelan conversaciones con
el Rey, Zapatero, Rajoy,
Felipe González y Aznar - La Embajada maniobró y amenazó para lograr sus
fines; también emitió informes demoledores.- Un cable califica de "errática y en
zigzag" la relación del presidente
con EE UU
JAN MARTÍNEZ
AHRENS
Madrid - 29/11/2010
Los 3.620 documentos
de la Embajada de Estados Unidos en Madrid analizados por este periódico
(103 secretos, 898 confidenciales
y 2.619 sin clasificar) ofrecen
una visión única del tablero de prioridades, estrategias, conflictos y presiones ocultas de Washington en España desde 2004 hasta este mismo año,
un periodo que corresponde casi en su totalidad al Gobierno del socialista José Luis
Rodríguez Zapatero. Los
cables que EL PAÍS irá publicando en los próximos días iluminan los momentos más agitados
y desconocidos de la relación
entre la superpotencia y un aliado
de tamaño medio con el que no existe riesgo
de ruptura, aunque sí zonas de fricción.
Son esas áreas de desacuerdo, repletas de sombras, como la retirada de las tropas de Irak, la crisis de
Kosovo, los vínculos con Cuba o Venezuela, las relaciones comerciales con países sospechosos de terrorismo o determinados asuntos bajo investigación judicial, donde los papeles secretos y confidenciales permiten acercar el ojo a la cerradura y descubrir por primera
vez las maniobras
entre bastidores ("behind the scenes" es una de las
expresiones más repetidas) de la poderosa legación. Esta operativa, siempre discreta y plasmada en una literatura de línea clara, incluye
llamadas, reuniones, avisos, presiones y amenazas que tienen
como destinatario a personajes con poder de decisión o información privilegiada.
En esta
agenda figuran el Rey (mencionado
en 145 cables, incluidos los de otras
embajadas), José Luis Rodríguez
Zapatero (111), Mariano Rajoy
(129), Felipe González (76), José María Aznar (53), ministros, jueces, fiscales, empresarios y representantes de las más altas instituciones
del Estado. Todos esos contactos de primer nivel quedan recogidos en detallados informes enviados para su
análisis a la maquinaria de
Washington (el año cumbre es 2007, con 928 cables, un 80% más
que la media anual) y que reproducen conversaciones que los interlocutores españoles no esperaban ver difundidas
y cuyo contenido les deja en zonas éticamente
fronterizas o comprometidas
ante la opinión pública. Así ocurre en los cables sobre los casos judiciales que afectan a intereses
estadounidenses. En otros episodios,
de índole política y empresarial, se repite el esquema, con el consiguiente deterioro para el interlocutor, muchas veces situado
en la cúspide del poder. En
este punto no hay que olvidar el sesgo de los informes que, lejos de cualquier
neutralidad, valoran los hechos siempre en función de los intereses de la Embajada, un observador que no es independiente
ni aséptico, sino un gestor puro de las directrices
del Departamento de Estado.
Objeto primordial del trabajo de
la Embajada es el Gobierno socialista. Los tres embajadores de los últimos seis años
(el multimillonario George L. Argyros,
el cubanoamericano Eduardo Aguirre y, ya con la Administración de
Obama, el filántropo Alan D. Solomont)
retratan en sus múltiples escritos secretos enviados a Washington, a
menudo con copia a la CIA,
los vaivenes de la relación
con Zapatero y su equipo. El dibujo saca a la luz los entresijos de la alta política española y facilita una radiografía
inédita de los intereses americanos en España, a veces muy distantes
de los nacionales. Temas incandescentes en la Península como ETA se consideran asuntos domésticos y en su curso habitual apenas suscitan una curiosidad burocrática en el Departamento de
Estado, excepto cuando se abre la tregua y el tema adquiere un significado político de primer orden, capaz, a su juicio, de derribar
al Gobierno.
En este
gran fresco político cobra una importancia clave la victoria socialista y el fin del aznarismo. La entrada de Zapatero en La Moncloa, que los diplomáticos atribuyen en parte a la mala gestión
del atentado del 11-M por
el PP, generó una oleada de cables secretos y confidenciales destinados a informar a sus jefes sobre quién
era el líder socialista y cuáles sus pretensiones,
que los diplomáticos consideraban propios de una izquierda "trasnochada y romántica".
Ya desde los albores advirtieron problemas con el área latinoamericana, pero ante todo con una posible
retirada de las tropas de Irak, que en poco tiempo
se confirmó. Esta decisión enfrió las relaciones hasta el punto de que Bush ni siquiera
atendió la llamada de felicitación que le hizo Zapatero por
su segunda victoria electoral. Desde ese punto cero, los papeles de la Embajada muestran cómo la recuperación de la confianza avanzó lentamente, con una España volcada en recomponer las relaciones, pero sin que Washington, sabedora del deseo español de ganar el terreno perdido, olvidara sus objetivos centrales
ni su política
del palo y la zanahoria.
En un informe
elaborado por el embajador Eduardo Aguirre y enviado
a la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, se afirma que "Zapatero juega mirando a una base electoral izquierdista y pacifista, y usa la política exterior para ganar puntos
en la política española, más que para
atender las prioridades básicas de la política exterior u objetivos estratégicos más amplios (...) Esto ha derivado en una relación bilateral errática y en
zigzag".
Esta desigual correlación de fuerzas se refleja en el trato que dispensan los informes a los políticos españoles. Ninguno despierta entusiasmo, excepto el Rey (de quien hasta se dan consejos
sobre cómo resultarle simpático) y quizá el estamento militar. Mucho más distante es la descripción del presidente del Gobierno. Ya desde
el inicio de su mandato se le considera un problema para algunas
líneas maestras de la política exterior estadounidense,
y se le define como un político
cortoplacista que supedita los intereses comunes al cálculo electoral.
Otro tanto ocurre
con sus ministros. En los papeles se les ve recibir todo tipo
de admoniciones del embajador
estadounidense de turno, sobre todo en la época de Aguirre.
Las respuestas
a estas presiones abarcan un amplio
espectro, muchas son conciliadoras, otras conniventes y algunas rotundamente negativas. Ocurre, por ejemplo,
con un secretario de Estado, sondeado
confidencialmente para lograr la extradición acelerada de un traficante de armas y que, sin perder el tono, recuerda al representante de la nación más poderosa
del planeta que jamás pondrá al personaje en cuestión "a las tres de la madrugada en un avión" rumbo a Estados Unidos, porque en España los procesos se cumplen con garantías y transparencia.
Es una
escena más dentro de los cientos de maniobras ocultas (y muchas veces no tan tranquilizadoras) que descubren los papeles de la Embajada de Madrid. En ocasiones
son reuniones aparentemente
distendidas, otras presiones directas y duras, y otras informes demoledores sobre altas personalidades
del Estado. Lo esperable en un mundo
presidido por la confidencialidad y el secreto.
Solo que esta vez todo queda
al descubierto.