Wikileaks acaba con la diplomacia clásica
José Ignacio Torreblanca
29/11/2010
La filtración
de Wikileaks difícilmente va
a cambiar la política
exterior de Estados Unidos,
pero sí que
va a tener un profundísimo impacto en la manera en la que trabajan los diplomáticos destinados en las Embajadas. En el pasado, los Embajadores eran los mejores conocedores del país en el que servían, hasta el punto de que prácticamente
eran ellos quienes diseñaban la política exterior de su país hacia el Estado en el que estaban destinados.
Así, en su "Long
Telegram" de 1946, el encargado de negocios estadounidense en Moscú, George Kennan, plasmó en ocho mil palabras las líneas maestras
de la política de contención
hacia la URSS que inspiraría la política exterior de Estados Unidos durante toda la segunda mitad del siglo. Pero en una época
con medios de comunicación masiva donde la información fluye en tiempo real en Internet y las distancias se han acortado enormemente, el papel de las Embajadas
y de los diplomáticos destinados
en ellas ya era decreciente.
Hoy en día,
las Embajadas no suelen hacer la política, sólo la gestionan, es decir,
ejecutan las directrices que vienen de la capital e informan
de sus consecuencias. Para ello se apoyan en una red de contactos locales más o menos afines
que les ayudan tanto a contrastar la información que aparece en los medios de comunicación como a entender lo que
realmente pasa dentro de los países.
Sin embargo, un lamento unánime de todos los responsables geográficos en las sedes centrales de los ministerios de Exteriores se refiere a la escasa calidad de la información que viene de las
Embajadas: en general, dicen,
los telegramas son demasiado
largos y tienen poco contenido original. Si algo añaden estos telegramas
a lo que publican los medios de comunicación local, en
los que generalmente se inspiran, tiene que ver con aquellos
aspectos que siempre son más difíciles de captar desde fuera. Adentrarse
en las luchas de poder dentro de un Gobierno, saber quiénes mandan o influyen realmente, palpar el estado de opinión de las élites, intuir cuáles son sus prioridades reales y posibilidades de éxito, todo ello requiere
hablar con mucha gente, aquí y allá,
para componer un retrato que tenga
cierto valor. En eso, los diplomáticos son como periodistas y los telegramas como un confidencial más, pero con la diferencia de que hasta ahora, las
reglas del juego eran inexistentes.
Ahora, sabiendo, primero, que sus
comentarios y opiniones eran atribuidos en su literalidad a la fuente y, segundo, que las Embajadas
no pueden preservar ni proteger sus
identidades, los diplomáticos
encontrarán un gran vacío a su alrededor
cuando quieran dejar a un lado su papel ceremonial y de representación y entrar en materias de sustancia. Después de las filtraciones de Wikileaks, las Embajadas tendrán que cambiar su
manera de trabajar si quieren sobrevivir.
Muy probablemente,
Wikileaks haya clavado el último clavo en el ataúd de la diplomacia clásica.