Irak ante sí mismo
Estados Unidos termina una guerra que
no ha podido ganar y deja atrás un
país arruinado
EDITORIAL
20/08/2010
Estados Unidos ha puesto fin a una guerra que no debió
comenzar nunca. Y lo ha hecho en unas condiciones
en las que no puede ni proclamar
la victoria ni tampoco reconocer la derrota, porque las causas alegadas
para invadir Irak fueron falsas,
la estrategia sobre el terreno, equivocada, y los objetivos perseguidos, imprecisos y cambiantes. Puesto que las
armas de destrucción masiva que sirvieron
de excusa a esta guerra resultaron ser una deliberada manipulación, sus promotores pasaron a justificarla como
un intento de llevar la democracia a Irak. Es decir, trataron
de ocultar detrás de una causa noble unos medios que
desde el comienzo fueron abyectos.
El balance de muertos y heridos que deja esta
guerra será siempre un acta
de acusación contra quienes
la desencadenaron, despreciando
la legalidad y las instituciones internacionales en nombre de valores que traicionaban en el mismo momento de invocarlos. Más de 100.000 civiles iraquíes han perdido
la vida en el conflicto, además de 4.700 soldados de la coalición, la mayoría de ellos estadounidenses. Estados Unidos, por otra
parte, ha gastado cerca de
800.000 millones de dólares
en la aventura, e Irak es hoy un
país arruinado y con pocas esperanzas de estabilidad.
Contemplada en perspectiva, la frivolidad de las decisiones que condujeron a esta guerra, escenificada en la cumbre de las Azores entre Bush,
Blair, Aznar y Durão Barroso,
es una prueba
de la facilidad con la que gobernantes elegidos democráticamente pueden desencadenar una tragedia estéril, y colocar al mundo al borde de la catástrofe, cuando una mezcla
letal de megalomanía mesiánica y ensueños ideológicos inspira sus acciones.
El presidente
Obama ha desoído las voces que le reclamaban
prolongar la presencia de las tropas de combate
en Irak más allá del próximo
día 31, límite comprometido para la retirada durante su campaña electoral y que cumple antes de plazo. Mantenerlas por más tiempo
no hubiera garantizado que las fuerzas
iraquíes estuvieran en condiciones de asumir entonces la seguridad del país; tan solo se habría aplazado el momento de que los iraquíes se enfrenten a un problema que nadie
podrá resolver por ellos. EE UU no
retira los 50.000 soldados encargados de adiestrar a las nuevas fuerzas
armadas.
Las fuerzas
políticas iraquíes siguen sin alcanzar un acuerdo para
formar Gobierno tras las elecciones
de marzo. Esta ha sido una de
las razones alegadas por los partidarios de retrasar la retirada estadounidense. Pero también puede
servir en sentido contrario: mientras las tropas estuvieran
en Irak, los líderes electos no tomarían conciencia de las urgentes responsabilidades que les incumben. Su país fue víctima
de un gravísimo atropello, que ni siquiera la presencia de un tirano como Sadam Husein
podía justificar. Pero en sus manos
está ahora evitar que ese atropello dé la victoria a quienes, después de combatir a los norteamericanos durante siete años,
no dudarán en volver sus armas contra los iraquíes para sojuzgarlos
de nuevo.