Assange: el nuevo Mick Jagger informativo

 

Además de protagonizar un relato de primera en un mundo no sobrado de ellos, y de desnudar no pocos entresijos del poder -una cosa que mancha de serie, no se olvide-, Julian Assange ha conseguido algo más potente: polarizar, sacudir, no dejar a nadie indiferente desde esa mirada torva, como sucia, provocadora como la famosa lengua de los Stones. Hasta le demandan las groupies, queda todo dicho.

 

Assange es claramente el último Mick Jagger de la cosa informativa mundial, por mucho que lloremos los medios a dieta de Wikileaks. Lo ha conseguido todo: tirar de la manta diplomática yanqui a lo grande, esbozar una cartografía de la telaraña de poderes económico y político, destapar la abulia periodística generalizada, retratar la senectud actual del negocio de la información y asustar a alguna abuelita mediática.

 

Como un Keith Richards pillado con el alijo de farlopa en la maleta, el tipo termina en el trullo por dos presuntos temas de faldas. Dos groupies, porque eso resultan ser las denunciantes -una alardea de tirárselo y la otra le hace ojitos en una conferencia-, dicen que las obligó a hacer cosas malas. Los delitos sexuales no son cosa de broma: que hable la Justicia, pero no confundamos lo personal con lo profesional.

 

Assange tiene pinta de ego andante y la vibra mesiánica del rollo Wikileaks es un árbol que no deja ver el bosque. Que El País, tan artrítico como el resto de la prensa (si no más), saque pecho de juvenil suena bastante ridículo -opinión que suscriben no pocos colegas de allá-. Ésa es la grasa de esta historia. Pero detrás, sea como sea, está la carne: las noticias. Algunas brutales, otras noticias y punto. Y , también algún chascarrillo, al que se agarra la prensa de derechas y sus corifeos.

 

Si el tema Couso, la corrupción del rey de Marruecos, EEUU defendiendo en solitario la frontera sur de México, que nos hayan propuesto cambiar el Odissey por un cuadro, etc, etc, etc, no son noticia, ¿qué es noticia? No hay más ciego que el que no quiere ver.

 

El providencialismo de Assange estomaga, pero no se pueden negar sus dotes situacionistas: el embolao en que está metido es tan alucinante que ni EEUU sabe, a ciencia cierta, si le puede encausar. Lo otro, si se ha pagado o no por la megaexclusiva, es un blablá tan accesorio como el cambiante color de pelo del nuevo -y obviamente falso- ídolo.

 

Respecto a los demás (incluido El País), bien haríamos, en vez de llorar, de decir que el profe nos tiene manía o que el árbitro nos ha robado un penalti, en ponernos a pescar historias vivas y a joder a quien tenemos que joder: el poder, tan acostumbrado a nuestras mamadas.

 

Si el periodismo actual se está muriendo de inanición y tedio la culpa la tendremos obviamente los que lo hacemos. Assange nos saca la lengua de los Stones con toda la puta razón.