Glenn Beck, consorte
de Sarah Palin y látigo de la Casa Blanca
Julio
Valdeón Blanco
28/08/2010
Washington: Eric Burns, el veterano periodista que fuera durante años imagen de las noticias
en Fox, lo ha definido como
"la vergüenza de los conservadores
americanos".
Azote de Obama, al que acusa de odiar a los blancos, de socialista y racista, Glenn Beck, presentador
de televisión, contertulio incendiario, extremista y payaso, ha sustituido a Bill
O'Reilly como látigo del
ala liberal de Estados Unidos.
Autor de libros como 'Discutiendo con idiotas', en marzo solicitó a los creyentes que abandonaran la parroquia si su
sacerdote hablaba de "justicia social", un concepto
que asocia a nazis y/o comunistas. Tras sus palabras
bota un espíritu altamente dotado para el show business, comediante
metido a periodista, o mejor dicho un periodista que lejos de contar lo que ocurre ansía
reescribirlo, cambiar la realidad, hacer y hacerse historia. Arracimado junto a la conciencia nacional, sabe elegir la mejor pitanza y presentarla envuelta en frases que chisporrotean.
Este es
el hombre que este
sábado, en el 47 aniversario
del histórico discurso de
Martin Luther King, convoca junto
a Sarah Palin un acto frente
al monumento de Lincoln. Quiere
restituir el honor de la nación,
mancillado por Obama en la
Casa Blanca, y explica la vida
política a base de conspiraciones.
Opina que rigen
los destinos del mundo al más puro
estilo de los más carroñeros best-sellers. O sea, artillería
gruesa y demagogia en carne
viva. Como escribió David Von Drehle
en 2009 para la revista
Times, "el estilo paranoico,
la idea de que los masones
o el ferrocarril o el Papa o unos
tipos en helicópteros negros tratan de destruir el país, vuelve a estar al rojo vivo (…) y nadie sintoniza mejor con este sentimiento, ni lo explota mejor,
que Beck".
Lo descubrió
hace cuarenta y cinco años Norman Mailer en un
debate con Truman Capote, después de que el enano genial tumbara su apasionada
defensa de Kerouac con apenas
seis palabras: "Eso no es escritura",
le dijo, "es mecanografía", y al día siguiente nadie recordaba otra cosa. Los telespectadores adoramos las frases
cortas, el mensaje tricotado, el lema crudo, espectacular, luminoso o mágico, antes que la explicación racional y prosaica.
Mormón y populista, nacido en 1964, con un salario estimado de 32 millones de dólares para el ejercicio 2009/10, recuerda a aquellos Promise
Keepers que en los noventa tomaron Washington. Como ellos, proclama la vuelta a una América
más pura, previa al feminismo, el rock y la
revolución sexual.
Un país mítico,
con carromatos por las praderas o gasolineras de neón, renace cuando él
lo invoca en nombre de la clase media. Sabe excitar a la audiencia.
Conoce bien las fuentes
de su melancolía, la
nostalgia del paraíso perdido.
Con su comida basura,
fast-food intelectual, ha propiciado
el renacimiento de un extremismo que nunca se ha ido, si bien él
aclara que la marcha de este sábado es apolítica.
Los beneficios irán
destinados a becar a los hijos de soldados americanos muertos en combate.
De creerle,
la coincidencia con el discurso
de King sería pura casualidad. Esto es, un
influyente comentarista político no recuerda la fecha que marca
el principio del fin del apartheid en Estados Unidos. ¿Rubor?
¿Alguien dijo
rubor? Alveda King, sobrina del reverendo
asesinado, compartirá el estrado con Beck.
En un
arranque de euforia ha comparado al periodista con su tío: "¿No le habéis escuchado decir que somos
una sola raza y que tenemos que
entendernos? No os importaba cuando mi tío decía que
teníamos que aprender a vivir juntos o morir como idiotas, pero
si es Glenn Beck el que dice algo parecido...".
Con el verano
a fuego lento de primarias Estados Unidos recupera el condimento bravío, la enésima vuelta de quienes consideran al Estado caladero de vagos. Beck ejerce como profeta,
y Sarah Palin de comandante en jefe.