El complejo atómico-espacial
Una de las características
más típicas del ser humano es la inercia.
Los seres humanos “tienen una tendencia
a mantenerse en el status quo y a ‘dejar para mañana’,
tal y como los economistas del comportamiento
(‘behavioral economists’) están comprobando.
Es el llamado status quo bias, que
se podría traducir como ‘tendencia al status quo’. O
sea, que la racionalidad tiene sus límites.
Esta semana, la actualidad política en EEUU ha estado marcada por esta
propensión. Ése fue uno de los elementos subyacentes de la cumbre nuclear del lunes y martes. Es cierto que en teoría el encuentro se centró en la no proliferación nuclear y, a un nivel
más discreto, de la imposición de sanciones energética a Irán.
Pero todo el debate estuvo empañado por el ‘establishment’ nuclear de EEUU,
Rusia, Reino Unido, Francia, China, Pakistán, India y otros países para salvaguardar
sus cuotas de poder. Unas cuotas
de poder que tienen más que
ver con poder burocrático y, en último término, garantizar el salario de cada uno, que
con la seguridad de los países.
Y el debate sobre el programa espacial de EEUU es todavía más
complejo. Porque ahí están los obstáculos
burocráticos y políticos
(en la forma de la supervivencia de la NASA y de su impacto económico
en Estados como Florida,
Ohio, Colorado y Texas) y de una serie
de empresas privadas.
Empecemos por la cuestión
nuclear. El lunes, mientras
los jefes de Estado y de Gobierno
cenaban, asistí a un acto sobre proliferación
nuclear organizador por la
Washington European Society. Entre los ponentes estaba Bob Alvarez, quien, entre otros cargos, fue el director de
dos misiones de EEUU a Corea del Norte durante la Administración Clinton.
Alvarez es
un crítico del actual modelo
de disuasión nuclear. En su
opinión, EEUU, sólo necesita 200 ó 300 cabezas atómicas para defenderse. No voy a entrar
en esa cuestión, porque se me escapa, pero sí en algunas
ideas que Alvarez dio respecto a por qué es tan difícil
destruir esos arsenales, a pesar de que la mayoría de esas bombas no son operativas de forma inmediata. De
hecho, yo he estado en silos nucleares de EEUU y una de las
cosas que más me sorprendieron fue lo vieja que
es su tecnología.
Para Alvarez, la clave que mantiene esta
antigualla nuclear (al menos,
en lo que se refiere a los misiles basados en tierra) es simple: poder burocrático. Las armas nucleares estadounidenses
no son competencia del Pentágono,
sino del Departamento de Energía, que se gasta cada año
alrededor de 16.500 millones
de dólares (casi 13.000 millones de euros) en su mantenimiento. Ésa es una
cifra increíble, sobre todo si
se tiene en cuenta que hace más
de 20 años que EEUU no fabrica ni una sola bomba
atómica. De hecho, según Alvarez, Estados Unidos gasta hoy
tanto en su arsenal
nuclear, descontada la inflación,
como en los momentos álgidos de la Guerra Fría, a
finales de los 50.
Algo parecido pasa con la exploración espacial. Obama ayer anunció la privatización parcial del programa espacial estadounidense, y el objetivo de llegar a Marte en 2030. Su política espacial ha sido durísimamente criticada por los republicanos, y por los congresistas de los estados en los que la NASA se deja más dinero:
Florida, Texas, California y Ohio. Tres
astronautas han firmado una carta
abierta al presidente en la
que critican su falta de empuje
en el programa espacial.
Lo primero
que llama la atención es que esos
astronautas no se quieran dar cuenta de que
un país con un déficit de
dos dígitos tiene que establecer prioridades, y que es lógico que
mandar gente a pasear por el espacio
no sea una de ellas. De hecho, la utilidad del transbordador espacial es más que
cuestionable, como revela esta acertadísima
crítica.
Pero, además, está la cuestión burocrática, una vez más. Con un presupuesto de 18.724 millones de
dólares (13.724 millones de
euros), la NASA es una inmensa burocracia
que, como toda burocracia, está destinada a una tarea fundamental: asegurar su propia
supervivencia. De hecho, la
tan cacareada agencia estatal estadounidense está perdiendo cuota de mercado en los viajes espaciales no tripulados a toda velocidad.
Pero es que
además la NASA es una forma de transferir recursos públicos al sector privado puramente ‘socialista’, a pesar de que ésa es
una palabra que en EEUU muchos
consideran casi una obscenidad. Por un lado, están
los contratos directos de empresas privadas para abastecerla de material y
naves. Por otro, las consecuencias de sus investigaciones. Según ‘The Wall Street Journal’, si
se suma el gasto público y privado en el espacio, salen 260.000 millones de dólares, ó 190.570 millones de euros.
Mucho de lo que descubre la NASA, además, va a las
empresas privadas. Por ejemplo, si
en EEUU se quiere crear un parque eólico, es necesario
presentar un estudio que muestre que,
al menos a lo largo de dos años, el viento en esa zona ha sido
suficiente para generar energía. En el caso de que se trate de un parque de energía solar, no es preciso. ¿Por qué?
Porque hay información obtenida por satélites
al respecto. El ‘Journal’ citaba
hoy las industrias
naval, aérea y petrolera como otras que
dependen de la NASA y de las
cada vez más numerosas empresas
espaciales privadas.
Así pues, introducir
racionalidad en el armamento
atómico y en la exploración
espacial no sólo tiene que ver
con prioridades políticas,
con la ideología del Gobierno
o con criterios científicos.
También está vinculada a los puestos de trabajo, los intereses de las empresas y el deseo de muchos funcionarios de seguir manteniendo sus pequeñas parcelas de poder.