Los sueños de América
31
de Enero de 2014
El
olvido de Latinoamérica en
el “estado de la Nación” significa para nosotros un retroceso en los intentos integradores y un vacío que seguramente
otros querrán aprovechar, como ya se está viendo,
para fortalecer entidades integradoras alternativas
El
discurso sobre “el estado de la Nación” pronunciado por el presidente Obama el pasado martes y la declaración final de
la II Cumbre de la Comunidad
de Estados de América
Latina y el Caribe (Celac) aprobada el miércoles por los 33 jefes de Estado y Gobierno reunidos en La Habana,
son coincidentes. Ambos, tal
vez sin intención del presidente Obama, son un fuerte golpe contra el sueño de unidad americana esbozado por pueblos y gobernantes desde que estos países
conquistaron su independencia de los imperios europeos.
La
primera declaración y el
primer plan de acción de la Cumbre
de las Américas, fueron suscritos hace 20 años por
34 jefes de Estado y Gobierno
elegidos democráticamente,
con el doctor César Gaviria como
secretario General de la OEA.
En la Cumbre, los gobernantes
reconocieron que América había conquistado
el sueño de su carta constitutiva en 1948, logrando consolidar la democracia
formal y sus valores: el respeto a los derechos humanos y la vigencia de las libertades ciudadanas y económicas. En consecuencia, reconocieron que podían trabajar
juntos para “consolidar y fomentar vínculos más estrechos
de cooperación y a convertir
nuestras aspiraciones (de igualdad social y prosperidad económica) en realidades concretas”. Estaban tan convencidos de que la derrota de las dictaduras de extrema derecha y la caída de la Unión Soviética, exportadora del comunismo, eran tan sólidos, que podían esperar
transformaciones en la dictadura
cubana.
Si
bien esa integración de los países americanos no se garantiza por el interés del Gobierno estadounidense, su influencia sí
es notoria, como se demuestra en la convergencia lograda durante los gobiernos del demócrata Bill Clinton -a quien
no le faltó cierto tono imperial en los temas de narcotráfico- o los republicanos
de los Bush padre e hijo, e incluso
el de Ronald Reagan, quienes dieron
su apoyo a las cumbres continentales,
que tuvieron fuerte impulso en la integración económica hasta el año 2000, y cultural desde entonces. En la primera década del siglo XXI, el Gobierno estadounidense, especialmente el republicano, hizo gran énfasis en la cooperación bilateral en temas económicos, favoreciendo la suscripción de los TLC, y en la lucha
contra el terrorismo y su
principal aliado, el narcotráfico.
Dando un viraje hacia un gobierno mucho más demócrata, y por lo tanto más
concentrado en los problemas
domésticos de los Estados Unidos, en su discurso
el presidente Obama no mencionó
a Latinoamérica o la política
estadounidense sobre el narcotráfico y en los temas que tocarían a este continente, su reflexión se enfocó en la amenaza terrorista de Al Qaeda y la referencia
a la reforma migratoria apenas si tuvo
un párrafo. Dado que el “estado de la Nación” es un discurso que plantea el derrotero al que la Presidencia de ese país dedicará la mayor parte de sus capacidades, el olvido de Latinoamérica significa para nosotros un retroceso en los intentos integradores y un vacío que seguramente
otros querrán aprovechar, como ya se está viendo,
para fortalecer entidades integradoras alternativas.
Es
así como políticos madurados en duras luchas contra la democracia liberal y su bastión en el mundo, Estados Unidos, aprovecharon este alejamiento para usar la cumbre del Celac en La Habana como espada contra los sueños de unidad americana y nueva cuna para
las dictaduras abiertas, como la cubana, o las disfrazadas
de democracia electoral, como
la venezolana y la nicaragüense.
A su montaje se prestaron el secretario General
de la ONU, que apenas si musitó
un tibio llamado a Cuba para que respete
los derechos políticos a sus opositores -sometidos al exilio, el escarnio, el silenciamiento o la cárcel-, y el de la OEA, señor José Miguel Insulza, que en la sesión de apertura recibió sin chistar durísimas críticas a la organización que representa y el sueño de continente unido que defiende.
El
tirón de barbas de los gobernantes de 33 países americanos al Tío Sam no se limitó a su participación
como coristas en la cumbre convocada por la tiranía que hizo de Cuba país exportador de guerrilleros, armas y revoluciones patrocinadas por la Unión Soviética y que persiste en el autoritarismo. En un entorno de embrujo totalitario, los gobernantes filomarxistas, los agradecidos con el castrismo y
los que no pudieron dar una batalla
que temieron perdida, aprobaron un documento que declara
a América “como una zona de paz
en la frontera sur de un imperio que nació
y se hizo fuerte gracias a las guerras, el saqueo de recursos ajenos y la expansión
territorial” y, para completar
“condena el genocida bloqueo estadounidense contra
Cuba, reitera el respaldo a
la Argentina en su reclamación
de soberanía sobre las Islas Malvinas y reconoce la condición latinoamericana y caribeña de Puerto Rico”. Sus palabras parecen espadas contra el sueño de un continente unido en los sueños de democracia y bienestar común.